Anexo

EL TEATRO: UNA METÁFORA DE UNA METÁFORA

Anexo documental

Ya es común entre ciertas gentes de teatro, en líneas generales, estar de acuerdo, por lo menos en la teoría, en que el teatro es una metáfora de la realidad.

Pero ¿acaso la realidad no es una metáfora?

La realidad, esa construcción del imaginario de los hombres, enmascara siempre otra escena.

Es decir, hay otra situación básica que da soporte a la escena o construcción del imaginario en la realidad, que permite esa construcción artificiosa que los hombres viven como real.

Esta otra escena articula internamente, en el interior de las relaciones humanas, a la otra escena, la que se ve, la que se supone es la imagen que puede leerse como la realidad.

La realidad aparece así como máscara que enmascara otra escena. Es escena que siempre oculta otra.

Escena que oculta, con su apariencia, lo que no se sabe; en definitiva, que debe articularse; oculta aquello que le da soporte, que le permite existir en la realidad. Hay algo que debe decirse para que algo pueda ser oído. Hablar de una cosa para poder decir de otra: de lo que no sabemos que se está diciendo.

La escena que se manifiesta en la realidad, producción de lo imaginario, será entonces el significante, y por debajo corre esa otra escena que nunca termina de decirse, de expresarse. Será necesario que algo no se exprese para que siempre haya algo que se expresa sin solución de continuidad.

El teatro, los hombres que producen teatro, construyen escenas que son significantes. Significantes cuyos contenidos, cuyos significados, son puestos siempre por el Otro. Desde que se pone en funcionamiento el Imaginario de los hombres que producen teatro, comienzan a decir de algo que no saben: ¿En…?

Construyen una escena que el escenario legaliza con la categoría de realidad estética. Otra forma de realidad, otra forma de ficción.

Ese producto emerge como una metáfora: una metáfora que está diciendo de otra cosa. Otra realidad. Una ficción que se refiere a otra ficción: estaríamos ante una metáfora que habla de otra metáfora. El teatro, hablando de la realidad, dice de otra ficción. En tanto metáfora, siempre habla de otra realidad.

Pero ¿de qué realidad habla el teatro? Brecht hablaba de la realidad de las relaciones sociales, entre las clases sociales. Shakespeare, de las relaciones humanas en un vínculo con el poder. Chejov, de los seres humanos sumergidos en una sociedad de cambio, casi cercana a una mutación. Artaud directamente decía del Otro, esa otra realidad.

Pero también el Otro es una metáfora.

El producto teatral construido a partir de una situación ya metaforizada (el texto, por ejemplo); será siempre una metáfora de una metáfora. Está lejos del espectador, se coloca por encima de su propia metáfora. El espectador (¡oh! ese pobre Otro) tiene ante sí una metáfora que debe decodificar racionalmente para poder disfrutar del hecho estético. La pintura, en cambio, siempre es una metáfora, la metáfora del pintor, de un ser humano. El pintor no necesita de las palabras. Construye la metáfora directamente con sus manos. Hay comunicación casi directa entre su mundo interno y la imagen que de sí mismo va a expresarse en el lienzo. El Otro se expresa casi directamente. El hombre de teatro necesita de la palabra: sin este instrumento no puede comunicarse. Incluso las imágenes que propone, en el caso de espectáculo sin palabras, deben ser comunicadas con palabras a los otros. Otros cogerán esos significantes desde su particular esquema de conceptos, su personal e intransferible experiencia, desde su internalización de esas palabras.

Y la palabra siempre va a asesinar la cosa. Va a abrir un hueco para que, por ese lugar vacío, vayan surgiendo sensaciones, imágenes, sentimientos, conceptos que, en una especie de espiral, aparecerán como significantes, nuevos significantes que remitirán a otra cosa. Esa otra cosa será nuevamente asesinada para dar paso a otros significantes.

Pero será posible que los hombres de teatro puedan hacer una metáfora de la realidad y no una metáfora de una metáfora. Si aceptamos que la realidad es una metáfora, si el hombre de teatro busca en la realidad, y no en la vida, inevitablemente hará siempre una metáfora de una metáfora, es decir de lo que entiende por realidad.

Los interrogantes que plantea la producción teatral, lejos de buscar sus respuestas en el teatro, metáfora de metáfora, deben buscarse en la vida misma. Y ¿qué es lo vivo en el teatro si estamos hablando de la producción teatral, de su proceso?

Vamos a referirnos a un proceso de producción tradicional.

Vamos a suponer que aparece un texto ya escrito por un autor.

¿Qué es este texto? Una producción de sentido del imaginario del autor, de ese pobre ser humano.

Si es un autor que dejó en libertad, a la hora de producir, a su Otro, estaremos ante un texto rico en sugerencias, provocador de imágenes y sensaciones. O también de conceptos.

Este texto, este grupo de significantes son un fragmento, un corte de su discurso personal, fragmento de un discurso que se transforma a sí mismo en discurso. Este es el discurso de un discurso. El texto habla de otra realidad a la que no nombra (el autor).

Una metáfora.

Uno habla de algo que no nombra. Fragmento de un sueño. Que se propone a sí mismo para ser soñado. Que emerge como una de las materias de otro sueño.

Sueño que se debe interpretar. Comprender. Para poder construir una ilusión. De una ilusión, la del autor, material que alimentará otra ilusión. De la nada hacia la nada artificial, estética, gozosa.

(1986).