foto; >LogoLogo
Leer, escribir teatro

 ( El teatro en el instituto - I )

Jugando a escribir teatro
Del diálogo con autores a la creación de textos

Flecha Volver

 

EL HÉROE DEL SAXO
Patricia Carrasco Sánchez
1º Bachillerato. IES Antonio Machado (Alcalá de Henares)

 

 

1


Alberto llega a la estación de Plaza Elíptica, donde cada mañana toca un repertorio de sus mejores canciones con su saxo viejo y un poco oxidado. Se encuentra con Miguel, el vigilante de seguridad.

ALBERTO.– Buenos días. Miguelito.

MIGUEL.– (Mirando el reloj.) Muy buenos días. Hoy has llegado antes, ¿no?

ALBERTO.– Sí. Tengo la sensación de que hoy va a ser un buen día

MIGUEL.– (Dibujando en su cara una gran sonrisa.) Venga ya, Alberto (ríe fuertemente) Siempre dices lo mismo, pero yo nunca veo nada interesante en esta estación, aparte de gente corriendo de aquí para allá y algún queotro carterista…

ALBERTO.– (Ilusionado.) Bueno, hoy he desayunado un café calentito y unas tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón incluida. Y todo gracias al dinero que recogí ayer.

MIGUEL.– No está mal, amigo, normalmente no te da ni para un bocata.

ALBERTO.– ¿Entonces eso no es empezar un buen día?

MIGUEL.– Ojalá todos pudiéramos ver el mundo a tu manera, chico. Seríamos todos mucho más felices.

ALBERTO.– ¿Tú crees? (Sonríe.) Yo creo que hago algo feliz a la gente que pasa por esta estación cada día con mi música. Aunque parezca que no me escucha nadie, en el fondo sí lo hacen.

MIGUEL.– (Burlón.) De ilusiones también se vive.

ALBERTO.– (Extrañado.) ¿Acaso no me crees?

MIGUEL.– No es que no te crea, pero seamos sinceros, amigo, ¿cuántas personas se han parado realmente a escucharte desde que tocas aquí?

Alberto baja la cabeza con la tristeza reflejada en su rostro.

ALBERTO.– Tengo la certeza de que estoy en este mundo para un fin. A veces se me hace difícil seguir pensándolo, pero aún estoy convencido.

MIGUEL.– Espero ser testigo algún día de ese acontecimiento. (Le da a Alberto una palmada en la espalda.) Ponte a lo tuyo o mañana no podrás tomar ni un café.

ALBERTO.– ¡Cierto! Y gracias, de verdad, por dejarme tocar aquí, Miguel.

MIGUEL.– Gracias a ti por alegrarme el día.

Alberto se dirige hacia un rincón de la estación. Deja su chaqueta, algo sucia y desgastada a un lado y se quita el sombrero para colocarlo justo delante de él, boca arriba.

MIGUEL.– (Mientras se aleja.) Pobrecillo. Si alguien parara, aunque fuera por un momento, a escuchar cómo toca…

Alberto se dispone a tocar el saxo. Después de un rato sin conseguir monedas, aparece un hombre joven, con buena apariencia. Lleva unas gafas de sol muy oscuras y un perro lazarillo le acompaña.
Cruza la estación de un lado a otro con paso constante, pero cuando llega a la altura de Alberto, se para en seco y se coloca delante de él a escuchar atentamente mientras dibuja una enorme sonrisa en su cara y tira lo que parece un billete al sombrero.

 

2

Al día siguiente, Alberto vuelve a la estación a la misma hora.

MIGUEL.– Buenos días, viejo.

ALBERTO.– Buenos no, buenísimos.

MIGUEL.– Vaya, ¿a qué se debe hoy esa alegría? No me lo digas… (Coloca su mano bajo la barbilla, pensativo.) ¿Café calentito?

ALBERTO.– Algo mucho mejor, Miguel. Ayer me compré este precioso abrigo (Se da una vuelta en el sitio.)

MIGUEL.– ¡Genial!

ALBERTO.– Por fin alguien se paró a escucharme y fue alucinante ver cómo disfrutaba de mi música. Me recordó a mi juventud, cuando tocaba en aquel club de Barcelona tan importante. Creo que ayer fui el hombre más feliz del mundo, aunque sería más feliz si pudiera agradecérselo a ese joven.

MIGUEL.– Quizá hoy vuelva por aquí…

ALBERTO.– (Mientras coloca sus cosas para volver a tocar.) Eso espero.

Miguel se aleja sonriendo.
Después de un rato tocando canciones alegres, aparece el joven y vuelve a colocarse enfrente de Alberto a escuchar. A los pocos segundos, saca de su cartera un billete con mayor valor que el del día anterior y se marcha con su perro rápidamente .

ALBERTO.– (Deja de tocar y grita.) ¡Caballero, un momento!

El hombre desaparece.

ALBERTO.– (Susurra.) Qué pena. Ojalá pudiera agradecérselo de alguna manera….

Alberto recoge sus cosas. Casi no queda nadie en la estación, pero cuando mira al andén de enfrente, se da cuenta de que el joven está allí, andando despacio junto a su perro, muy serio.
De pronto se oye cómo unos adolescentes entran en la estación armando mucho jaleo con gritos e imprecaciones entre ellos. El perro lazarillo, asustado, empieza a andar cada vez más deprisa empujando al joven a seguirle sin entender la situación, acercándose cada vez más a las vías, peligrosamente
.

ALBERTO.– ¡Eh, oiga, cuidado! ¡Por favor, ayúdenle! ¡Oiga!

Alberto le grita pero con el jaleo tan enorme casi no se le escucha.

ALBERTO.– ¡Cuidado!

Alberto, nervioso y apurado, saca el saxo de su funda y empieza a tocar una canción tranquila pero con toda la potencia de que es capaz. De pronto, el joven se para en seco, haciendo parar también a su perro.
Sonríe y suspira. Acto seguido, llega el tren y Alberto observa cómo sube y se sienta, aún sonriendo.

 

 

3

Al día siguiente, Alberto entra silbando de manera alegre a la estación.

MIGUEL.– (Extrañado) Bueno, bueno... ¿Qué nuevo me cuentas hoy?

ALBERTO.– Bueno, ayer comí un menú buenísimo y tomé tarta de postre. Me compré este precioso sombrero. (Se agacha mostrando el sombrero.) Y le di las gracias a alguien por hacerme ver que mi vida tiene un significado, de la mejor manera que podía haberlo hecho.

MIGUEL.– ¿Y qué manera es esa?

ALBERTO.– Tocando mi música, Miguel. Siempre tocando.

 

FIN

Teatro.es · Canales Temáticos · Centro de Documentación Teatral · INAEM

Inicio | Miradas | Galería | Aula Abierta