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4. EFEMÉRIDE

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4.1 · ANTE LA DESACRALIZACIÓN DEL TEATRO: LA SIMULTANEIDAD DE UNA TEATRALIDAD POÉTICA EN VOCES DE GESTA DE VALLE-INCLÁN.
CIEN AÑOS DE SU ESTRENO Y EDICIÓN (1912)


Por Antonio Gago Rodó.
 

 

La Tribuna, Madrid, I, 115 (27 de mayo de 1912), p. 5.
la farándula pasa…
Voces de
gesta.

La tragedia del Sr. Valle Inclán, estrenada anoche en la Princesa, “no fue del agrado del público”. Esta es la limpia verdad. Las tres jornadas, en verso, que componen la obra fueron muy aplaudidas y su autor hubo de salir a escena varias veces. Pero los espectadores festejaban al poeta que supo bordear gallardo las frondosidades resonantes de la epopeya; al estilista impecable, burilador de la frase y maestro de la concisión; nunca al dramaturgo.

Voces de gesta carece de acción, y bajo su esplendoroso manto retórico no late ningún dilema sentimental; tampoco hay caracteres: los personajes todos, nobles y villanos, son comentaristas anodinos del hondo dolor, del treno inacabable y monótono que ruge, como viento huracanado, a lo largo de la tragedia. Y aquel sempiterno aludir a los horrores de la guerra, que incendia bosques y degüella ganados, entumece la atención y consigue pesar sobre el espíritu como un sueño.

Voces de gesta es una sinfonía bárbara. No hallo majestad en aquel pobre Rey Arquino, más lobo que león, siempre fugitivo ante las lanzas que le acosan, ni en aquellos guerreros medio desnudos y con los velludos pechos manchados de sangre, que violan a las zagalas en los caminos; ni en ninguno de aquellos pastores eternamente derrotados plañideros. Excepción hecha de Ginebra, nueva Judith que, durante diez años, lleva en un saco la cabeza del miserable que abusó de ella y con la punta de un cuchillo la sacó los ojos, nada hay allí que sea verdaderamente, grande y noble. No confundamos lo salvaje con lo hermoso, la rudeza sin freno con lo saludable, el espanto con la belleza, lo monstruoso sólo puede sugerirnos una legítima emoción estética cuando va acompañado del heroísmo.

Hubiera el Sr. Valle Inclán dado a su Rey Arquino mayor bizarría y héchole merecedor a la corona que pretende; hubiera sabido aprovechar, por medio de algún sencillo enredo, todo el sublime horror trágico de la helénica figura de Ginebra, y habría conseguido encauzar aquel formidable grito de guerra que vibra constante sobre su obra como un maleficio. Pero el insigne escritor no lo comprendió así, y su inspiración, vestida de oro y sedas, languidece en un plañir prolijo y baldío.

Si yo quisiera expresar gráficamente la impresión que el espíritu y la arquitectura de Voces de gesta me han producido, pintaría un volcán.

El acto primero es fuerte, amplio, violento, de una reciedumbre ancestral y cruel, que llega a los huesos. El acto segundo es más reducido, más débil, y se advierte en la precaución que tuvo el poeta de que Ginebra degollase a su violador entre bastidores, un miedo a la sangre que alfeñica la acción. Aquel cuadro de lujuria y de crimen exigía algo terrible; la cabeza del infame debió rodar por el escenario, como la del Bautista. El último acto es más breve aún, decorativo, compendioso y brillante, como el último verso de un soneto. Y bajo este cono trágico, el infierno de todos los furores, de todos los instintos, de todas las vesanias y tropelías de la codicia y de la carne, continúa rebramando con desesperaciones de Sinaí.

Por fortuna, las insanas pasiones de las sociedades primitivas están cada vez más lejos de nosotros; no las comprendemos, y como no las comprendemos, no nos interesan. Han muerto. Para todas esas voces de vandalismo y de oprobio, que no debiéramos recordar, la civilización ha sido una tumba.

Eduardo Zamacois

 

 

La Voz de Galicia, La Coruña (29 de mayo de 1912), [p. 2].
VIDA TEATRAL MADRILEÑA
———
BENEFICIOS Y ESTRENOS

[…] Atendiendo preferentemente al cumplimiento del axioma que dice que el arte es forma ante todo y sobre todo, el eminente literato D. Ramón del Valle Inclán, ya escriba en prosa o bien se entregue al encanto de la rima, se cuida de pulir la forma sensible tan esmeradamente, que todas sus producciones son, en tal sentido, verdaderos modelos.

Su última producción teatral, Voces de gesta, tragedia pastoril en tres jornadas, estrenada anoche en el teatro de la Princesa, es nueva y gallarda muestra de la alta inspiración y maravillosas facultades del genial escritor.

El Rey Arquino, especie de Rey Lear, ─aunque sin la grandeza que supo imprimirle el genio de Shakespeare─ vaga errante por montes y vericuetos, perseguido siempre por las hordas bárbaras del Rey Pagano, que asaltan cabañas de pastores, asuelan campos, violan doncellas y cometen toda suerte de ferocidades y de horrores.

La pastora Ginebra cae en poder de los bárbaros invasores, la juegan al dado, y el guerrero a quien le ha tocado en suerte, después de violarla le salta los ojos.

Diez años después, ya en la segunda jornada, la pastora Ginebra, madre de un rapaz, fruto de su ignominia, medita con éste una venganza adecuada a su afrenta. Aunque ciega, reconoce al bárbaro que la ultrajó, que vuelve a aparecer en su cabaña. El feroz bárbaro ahoga a su propio hijo e intenta abusar nuevamente de la pastora; ésta, inflamada en justo rencor hacia el miserable, que se encuentra embriagado, lo degüella y ofrece su cabeza, como sangriento botín de guerra, al Rey Arquino.

En el final de la segunda jornada se llega al horror trágico en su máxima expresión.

Al revés de lo que ocurre en las tragedias clásicas, en las cuales la catástrofe se guarda siempre para el final, la tercera jornada de Voces de gesta es plácida, tranquila, casi un idilio, cuya síntesis pueden ser estos versos que dice el Rey Arquino a la pastora Ginebra:

“Deja que el olvido arroje mi nombre,
y si muero Rey, que renazca hombre.
Te daré la mano para hacer camino,
iremos errantes los dos…”

La versificación  es siempre inspirada, entonada y vigorosa, demostrando el insigne autor en todos los momentos su gran conocimiento y su dominio completo del idioma.

El éxito fue por extremo brillante. Valle Inclán[,] llamado con insistencia al final de los actos primero y segundo, hubo de presentarse en escena al final de la obra y fue muchas veces aclamado con entusiasmo.

La ejecución, perfecta, destacándose con asombroso relieve la grande, la insigne, la incomparable actriz María Guerrero, cuya magistral labor es difícil, mejor dicho, imposible de analizar. Hay que verla para darse cuenta del poder soberano de su genio. Desde los grandes éxitos personales de Elisa Boldún, no recuerdo triunfo más brillante y legítimo que el obtenido anoche por María Guerrero. Fue entusiastamente ovacionada en las situaciones más culminantes de la tragedia.

Fernando Mendoza prestó su gran autoridad al poco importante papel de Rey Arquino, y las señoras Blanco y Jiménez y los Sres. Cirera, Tovar y Guerrero, completaron el conjunto.

Una buena noche para el teatro poético.

Francisco FLORES GARCÍA.

 

 

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