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2. VARIA

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2.9 · LA REALIDAD MADRILEÑA EN DOS OBRAS DE LÓPEZ LLERA


Por Francisco Gutiérrez Carbajo
 

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Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar

La estructura homérica de casa-aventura-casa vuelve a experimentar el mismo giro o inversión en Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar. Al igual que en Un chivo en la Corte del botellón…, la acción del cuadro I se inicia en un banco callejero del barrio madrileño de Lavapiés. De allí se traslada en el cuadro II a la “casa inhabitable de Remi”, en los cuadros III y IV a “la choza de la anciana” y en el V se vuelve al mismo banco del cuadro I.

El título de La Vieja y la Mar nos recuerda el de Ernest Hemingway, El viejo y el mar, obra considerada por algunos críticos como una redefinición del modelo del Moby Dick de Melville. Junto a Melville, se han encontrado también en ese texto influencias de Whitman por su lirismo y trascendencia simbólica. En cualquier caso, el anciano, con sus fuerzas físicas agotadas, lleno de pesimismo y amargura, bien puede considerarse uno de los referentes de la anciana solitaria con síndrome de Diógenes de la obra de López Llera, de la misma forma que la joven solidaria Leticia de Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar nos hacen pensar en el joven siempre dispuesto a ayudar, atender y aprender de las enseñanzas del anciano en El viejo y el mar.

Según nos declara el propio autor, la obra Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar pone en escena la historia de una anciana bebedora, fumadora empedernida, amante de los animales y con síndrome de Diógenes, que se cruza en la madrugada del primer día del año 2006 con una joven lesbiana que ha pasado la Nochevieja colocándose tras romper con su mujer. Las respectivas soledades unen a ambas mujeres y las llevan a compartir momentos divertidos y disparatados y también instantes entrañables y trágicos. En este escenario del barrio de Lavapiés, la “realidad” les sale al encuentro en el mercado, en las calles, en las plazas, en la sala de espera del ambulatorio o en la puerta del colegio de sus hijos.

López Llera nos presenta en Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar la realidad del mundo de la indigencia y de la infravivienda en una gran ciudad como Madrid, donde la gente mayor no tiene ya cabida y la joven se encuentra desnortada. Retoma, así, la tradición esperpéntica de Valle-Inclán, sus procedimientos oximorónicos y un sentido del amor tan ácido como reflexivo, que no solo nos trae el regusto del autor de Luces de bohemia, sino también de Samuel Beckett, Miguel Mihura, Darío Fo, José Luis Alonso de Santos o de escritores no teatrales, como Camilo José Cela o Francisco Umbral, por los que el autor manifestó su admiración a la revista Artez.

De todos estos autores, el que tiene una presencia más destacada es don Ramón del Valle-Inclán. La técnica y la escritura valleinclanescas se refleja brillantemente en la construcción de las didascalias, en la caracterización de los personajes y en la referencia a algunos que desempeñaron destacada actividad en la vida política española, en la creación de los ambientes, en el ritmo trepidante de la acción escénica y en la sabia combinación del mundo épico y de la expresión lírica.

La didascalia del cuadro I recrea con gran tino las del autor de Luces de bohemia: “…Van creciendo lentísimamente a su alrededor entreluces de amanecida remolona, veladas por jirones de niebla…”. Si el propio don Ramón gustaba de tomar en el Café Gijón su copa de Anís del Mono, esa misma bebida es la preferida por Remi. Este personaje declara que fue muy buena amiga de Lucía Sánchez Saornil, partidaria del anarquismo, como lo fue el propio Valle en una etapa de su vida. Poco antes de la sublevación franquista, Lucía Sánchez Saornil fundó, juntamente con Mercedes Comaposada y Amparo Poch, la organización feminista y libertaria Mujeres Libres, y durante el conflicto bélico participó muy activamente en la lucha antifascista.

En cuanto a la creación de ambientes, en la obra de López Llera estos aparecen construidos por el propio discurso de los personajes y por la descripción de los cuadros dibujados en las didascalias. En este sentido, tiene varios puntos en común con el habitáculo de Micaela en Un chivo en la Corte del botellón el mobiliario de Remi en Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar: “El mobiliario desperdigado, que no colocado, lo constituyen cuatro sillas y una mesa camilla vestida de andrajos en el centro, a la derecha una mesita con un televisor y un sillón de escay…”

En la obra no solo hay referencias a acontecimientos de la historia reciente sino también a personajes del momento actual: a Leticia le molesta llamarse como la princesa y, en la misma línea, Remi manifiesta que va a pedir la abdicación de toda la Familia Real. Remi, que ha “pasado la guerra”, lamenta que, a pesar de los adelantos de la civilización y de los derechos humanos, “seguimos a garrotazos como los neardentales” y pronostica: “…se avecina malos tiempos… Se ven venir. Y la liarán entre China y los moros. Los americanos terminarán no pintando nada… y nosotros, mezquitas”.

De la realidad universal, que los diversos medios nos pintan cada día con tintes apocalípticos, se pasa a la no más halagüeña realidad individual, que Remi intenta suavizar con coplas de Conchita Piquer. Las composiciones de tipo popular encierran una gran potencialidad dramática, como hemos podido comprobar en nuestra interpretación de Los conserjes de San Felipe (Cádiz 1812), de Alonso de Santos, y César López Llera sabe extraerle en sus textos la máxima virtualidad expresiva.

Como en la obra anterior, el autor, para refrendar el discurso de sus personajes, acude a recursos intertextuales: “Cosas de polvo serán, sí, pero de polvo enamorado”, le dice Remi a Sebas.

Si lo habitual en el teatro y en la realidad es que los personajes jóvenes representen posturas más abiertas y liberales que los viejos, López Llera, en una nueva redefinición de la realidad, invierte los papeles, y Leticia representa el conservadurismo religioso, mientras que Remi se incluye entre “las ateas, las anarquistas y las putas”, aunque argumenta que también ellas se rigen “por normas morales”.

Pero la ley de la vida, con raras excepciones, es que los viejos mueran antes que los jóvenes, y, al igual que Micaela en la obra anterior, Remi anuncia su propio acabamiento.

En el último cuadro, y una vez que la anciana ha experimentado la realidad más real de la vida, que es la muerte, Leticia vuelve al mismo banco del principio, pero está dispuesta a cuidar de los animalitos de Remi y a cumplir sus últimas voluntades.

Lo real de la vida se impregna de una mayor realidad en el teatro, y López Llera es un auténtico maestro en esta redefinición e intensificación dramatúrgica de lo real. Vargas Llosa afirma que la literatura es una realidad añadida a lo real, y bastante antes Ortega y Gasset nos recordaba que autor viene de auctor, que es el que aumenta el mundo, el que ensancha la realidad. La realidad no es unívoca, ni cerrada, ni compacta, sino polisémica, abierta y fragmentaria. La realidad aparencial de los hombres y de las cosas comprende multitud de capas y de niveles, algunos de los cuales –sobre todo en el terreno del arte– se sitúan en las esferas de la infrarrealidad, la suprarrealidad y la hiperrealidad. A pesar de que el teatro de López Llera transpira por todos sus poros “realidad”, algunas de sus escenas oníricas, esperpénticas y fantasmagóricas se instalan en esas esferas mencionadas. Para interpretar el concepto de lo real en Un Chivo en la Corte del botellón o Valle Inclán en Lavapiés y en Últimos días de una puta libertaria o La Vieja y la Mar, además de contrastar los acontecimientos que en ellas se representan con los hechos de la historia reciente y con la de nuestros días, resulta de gran utilidad recurrir al concepto de “realidad oscilante”, que Américo Castro aplicaba al Quijote y recordar las palabras de Ramón Gómez de la Serna, según las cuales, “el mundo no es tan mundo como nos lo cuentan”.

 

 

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