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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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PRESENTACIÓN: LOS QUE FABRICAN LOS TRASTOS.
LA ESCENOGRAFÍA ESPAÑOLA DESDE 1975


Fernando Doménech Rico (Real Escuela Superior de Arte Dramático / Instituto del Teatro de Madrid) y Eduardo Pérez-Rasilla Bayo (Universidad Carlos III de Madrid)
 

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Olivia Nieto acota también el ámbito de su investigación, en este caso con un criterio monográfico, en su artículo: “Tres escenografías para La vida es sueño (1996, 2000, 2012) en la Compañía Nacional de Teatro Clásico”. Es decir, aborda un análisis comparativo de las tres escenificaciones que se han ofrecido del drama señero del teatro áureo en la institución oficial encargada de exhibirlo. No es sólo la singularidad del título la que aconseja el trabajo específico, sino también la extraordinaria resonancia de cada uno de los tres montajes y la relevancia adquirida por las soluciones plásticas, muy diferentes en las tres propuestas. La investigadora afronta el análisis con rigor, agudeza y solvencia en un trabajo académico, documentado y exacto, que hace gala de un conocimiento muy preciso de las categorías estéticas y plásticas manejadas y de una actitud ponderada a la hora de emitir juicios sobre la pertinencia de los trabajos, apoyados siempre en una inseparable relación entre dramático y lo plástico. Del montaje de 1996, dirigido por García Valdés y de cuya escenografía se ocupó Jean Pierre Vergier, la autora del artículo, tras describir y analizar la solución escenográfica empleada, señala la consideración de brechtiano que mereció a alguna crítica, pero apunta también hacia las tendencias romántica y impresionista de los trabajos de Vergier, visibles en esta propuesta. De la escenificación de Bieito (2000), en la que el director de escena se ocupaba junto con Pujol de la escenografía, la autora recoge las declaraciones del propio Bieito en las que hablaba de las resonancias de Goya y de Velázquez en el tratamiento de la luz y también aquellos aspectos que acentuaban la violencia de la historia –la gravilla y el espejo sobre todo–, que la emparentaban con el universo de Buñuel y con algunas manifestaciones del surrealismo. De la escenificación de Helena Pimenta (2012), con escenografía de Alejandro Andújar y Esmeralda Díaz, destaca la voluntad de recrear el siglo áureo pero “con unos referentes históricos voluntariamente diluidos y entremezclados”. Y constata cómo en las tres escenificaciones se ha recurrido a un escenario único, pero en esta tercera, a diferencia de las otras dos, predomina la elegancia del palacio, mientras la torre se insinúa mediante la luz.

El artículo de Eduardo Vasco también elige acotar el terreno, limitado esta vez a la labor de un escenógrafo. Su artículo “José Hernández, escenógrafo. La pasión de un gran artista” recoge la memoria de su relación profesional, que se va convirtiendo también en una relación de amistad, con el pintor y escenógrafo José Hernández, recientemente fallecido, lo que proporciona al trabajo un cierto carácter de homenaje. El autor es un prestigioso director de escena, cuya tarea se ha orientado sobre todo hacia el teatro clásico –ha sido durante casi ocho años director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico– y hacia el teatro contemporáneo. Ha compaginado su labor al frente de su propia compañía, Noviembre Teatro, con encargos y producciones encomendados por el teatro público y privado. Vasco es además profesor de la RESAD y conocedor hasta la erudición del teatro áureo y de diversos aspectos del teatro del XVIII y del XIX. En estas páginas analiza su fecunda colaboración con José Hernández, a quien encargó las escenografías, y en ocasiones el vestuario, de algunos de sus espectáculos. El análisis se inserta en un doble marco: la actividad escenográfica –y como cartelista de teatro– de José Hernández y la relación personal del director con el escenógrafo, que va fraguándose a medida que las colaboraciones profesionales se van repitiendo. El artículo no quiere renunciar a un tono emocionado e íntimo, pero además proporciona una sustanciosa información sobre los métodos de trabajo del escenógrafo y del propio director, quien, desde el deslumbramiento en su juventud por la pintura de Hernández, supo que había diseñado escenografías como la de Así que pasen cinco años, de Lorca, dirigido por Miguel Narros en 1978, la de El engañao, de Martín Recuerda, con dirección de Jaime Chávarri, en 1980, o La devoción de la cruz, de Calderón, con dirección de Eusebio Lázaro, en 1987. Vasco comenzó a colaborar con Hernández en 2000, en el montaje de Los vivos y los muertos, de García May, para el CDN, y continuó haciéndolo con algunos de sus trabajos más significativos: Don Juan Tenorio, de Zorrilla; El castigo sin venganza, de Lope de Vega; Amar después de la muerte, de Calderón (las tres para la CNTC) o la ópera de Mozart El rey pastor, con texto de Metastasio.

También ha optado por la especialización personal Alicia E. Blas, autora del artículo “Elisa Sanz, la señora de las manzanas. Una trabajadora incansable”, dedicado a la prestigiosa escenógrafa cuyo nombre encabeza el título. Alicia E. Blas es, a su vez, escenógrafa brillante, directora de escena, profesora de la RESAD y articulista en publicaciones especializadas, en las que ha escrito pertinentemente y con solvencia acerca de la dirección de escena y la escenografía. Su trabajo en esta ocasión presenta una reivindicación apasionada de la labor como escenógrafa desarrollada por Elisa Sanz, a partir de la imagen que proporciona su condición de ganadora de cinco premios Max: “Una mujer con una manzana en la mano es un icono de una potencia comprometedora”. La autora sale al paso de la denominación de “emergente” aplicada a una escenógrafa con una larga y brillante trayectoria teatral, con una extensa nómina de premios y una larga lista de espectáculos de cuya escenografía o de cuyo diseño de vestuario se ha ocupado y que se examinan en el artículo, siquiera someramente. Esta reivindicación se inserta, por un lado, en un discurso que pone de relieve, y critica, la negativa a dar visibilidad a la mujer en el ámbito de la creación y, por otro, a la implicación política de Elisa Sanz, no sólo mediante reclamaciones específicas, sino, sobre todo, en cuanto que entiende su labor como parte de una tarea colectiva y, a un tiempo, aboga por incluir la creación escenográfica en el ámbito de los derechos de autor.

No podía faltar un trabajo sobre la iluminación teatral. Se ha ocupado de él Miguel Ángel Camacho, profesor de la RESAD y uno de los más prestigiosos y originales iluminadores de la escena española contemporánea. Su trabajo se titula “La luz artificial. Un momento para mirar” y constituye una reflexión sobre el papel de la luz en el teatro. Lo escribe desde una posición tan rigurosa como apasionada. Toma como punto de partida un breve, pero significativo, recorrido histórico por el concepto de la luz y de su resolución técnica en el teatro a lo largo del tiempo, en el que combina sugerentes planteamientos estéticos e ideológicos con los avances técnicos que posibilitan el progreso de la iluminación escénica. Este recorrido no sólo se propone la búsqueda de los antecedentes que han llevado al actual estado de cosas, sino que, sobre todo, conduce al descubrimiento de la iluminación como factor artístico constitutivo en el teatro de nuestros días. En sus propias palabras, se trata de “acabar con el arte de la iluminación en favor del arte de la luz”. Subraya la importancia de los cambios que van haciéndose efectivos desde mediados de los años ochenta, patentes en la iluminación del actor –singularmente de su rostro– y en la creación de la “partitura global del montaje”, que establece el iluminador con el director del espectáculo. Y explica después cómo desde el año 2000 la tendencia apunta hacia una iluminación más sencilla y hacia la utilización de las sombras y de la penumbra. El trabajo se completa con un epígrafe dedicado a la subjetividad en la imagen teatral, en la que explora “la dualidad como pensamiento primario a la creación teatral”, a través de oposiciones como presencia/ausencia, palabra/silencio, estatismo/movimiento, luz/oscuridad. Una penúltima consideración sobre un modelo anterior a historia de la luz teatral española da paso un clarividente epílogo sobre la capacidad de la luz para transformar la mirada del espectador y su pensamiento.

Los editores queremos expresar nuestro más cordial agradecimiento a cada uno de los colaboradores por su espléndido y generoso trabajo. El lector tiene ahora a su disposición un material que juzgamos estimable para empezar a recorrer una “terra incognita”, un territorio apenas explorado donde habitan los que fabrican los trastos.

 

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