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NúM 6
2. VARIA
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2.3 · ENTREVISTA CON ERNESTO ARIAS: EL ARTE DE HACER VIVIR A LOS CLÁSICOS


Por Esther Fernández
 

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Hacer una introducción de Ernesto Arias es una tarea compleja porque dentro del ámbito teatral es y lo ha sido todo. Asturiano de nacimiento y más tarde afincado en Madrid, donde reside en la actualidad, Arias ha vivido con el teatro como compañero inseparable toda su vida. Más que una retrospectiva de su carrera en el mundo del teatro, en esta entrevista me he querido enfocar en su experiencia con el teatro clásico como director, actor, asesor de verso y maestro de diversos talleres que ha impartido a lo largo de su carrera. Entre sus trabajos como director de obras clásicas cabe destacar el Enrique VIII de Shakespeare para el proyecto Globe to Globe en el 2012, El castigo sin venganza para la compañía Rakatá y, recientemente, Dos nuevos entremeses, “nunca representados” (2017) para del Teatro de La Abadía, un montaje con el cual ha cerrado el ciclo que inició José Luis Gómez con la puesta en escena de los Entremeses de Cervantes en 1995 y que marcó un hito en la historia de este teatro madrileño. Como actor, ha intervenido en varios montajes para la Compañía Nacional de Teatro Clásico, ha trabajado a las órdenes de Carlos Aladro, Lawrence Boswell, Gerardo Vera o Hansgünther Heyme en obras de Calderón, Lope y Shakespeare. Su experiencia como asesor de verso le ha llevado a colaborar con Boswell, Ana Zamora y a dirigir varios talleres. Contar con la colaboración de Ernesto Arias es siempre un privilegio y un aprendizaje único. Su ejemplar trayectoria, su experiencia y sus opiniones nos abren, a los estudiosos del teatro del siglo XVII y de la performance, una vía para entender lo que implica la puesta en escena de los clásicos en la actualidad. [Fig. 1]

 

Esther Fernández (EF): Leyendo la retrospectiva de tu trayectoria teatral que hiciste para la revista Anagnórisis, me llama mucho la atención el papel crucial que ha tenido el teatro popular en tu niñez y en tu juventud y, en cierto modo, en tu formación como profesional del teatro. ¿Hay algo de este teatro que vuelve en tu proceso creativo como actor o director cuando trabajas con los clásicos?

Ernesto Arias (EA): El teatro que vi y que hice durante mi infancia y juventud ha determinado mi manera de entender la actividad teatral y de relacionarme con el teatro. La mayor incidencia de ese tipo de teatro en mí es, sobre todo, la influencia que ha tenido en mi forma de trabajar, que es hacer teatro desde la diversión, desde lo lúdico. De niño, siempre que iba al teatro, recibía una enorme carga de vitalidad. La primera obra, por ejemplo, que vi fue En la calle, que representaban jóvenes de Lugones (Asturias) donde yo vivía.Y lo que más me llamó la atención de aquellos jóvenes es que se divertían enormemente en escena; transmitían e irradiaban una gran plenitud y vitalidad. Eso fue lo que atrajo mi atención hacia este mundo y por lo que decidí apuntarme al grupo de teatro de Lugones. Y, ahora, sigo persiguiendo esto mismo en los procesos creativos, tanto en los clásicos como en los contemporáneos. Creo que actuar en los clásicos requiere de una energía muy especial que tiene que ver con esa plenitud y vitalidad.

EF: No sabes lo que me alegra que digas eso. Mi primera experiencia como espectadora fue en Tapia de Casariego, cuando tenía diez años. Mi abuela paterna, que no sabía leer ni escribir, me llevó a ver una obra popular y hasta hoy la recuerdo como una de las experiencias teatrales más puras y auténticas que tuve bajo aquel toldo de lona. ¿Crees todavía que el teatro popular sigue manteniendo esos valores de asombrar y divertir o hemos perdido su esencia en el camino?

EA: Bueno, yo quiero pensar que esos valores a los que te refieres se siguen manteniendo. Algo bueno del teatro es que si hay ilusión y ganas, no es tan complicado de hacer. Otra cosa, por supuesto, es dedicarse a ello profesionalmente; pero me refiero a que seguro que sigue habiendo grupos de teatro aficionados en Centros Culturales, en asociaciones, en institutos etc. y que algún niño, como me pasó a mí, al ver o participar en alguna representación de este tipo le despierte el interés por el mundo teatral.

EF: Tu experiencia profesional ha estado desde el inicio ligada al Teatro de La Abadía, uno de los teatros que es responsable de formar una verdadera escuela de actores. ¿De qué manera te ha influenciado ser parte de este grupo de profesionales en distintas épocas de tu vida? ¿Qué es lo que te ha aportado La Abadía?

EA: Considero a La Abadía como mi casa de teatro, tengo una relación con ella que va más allá de lo meramente profesional. Es un vínculo “umbilical”. Me considero “hijo de La Abadía” y a José Luis Gómez mi maestro. Él me contagió su pasión por la palabra, la importancia por la formación continua y la necesidad de ir mejorando en la técnica. Mantengo con él una muy buena relación y de él sigo aprendiendo.
Aparte de José Luis y de los maestros de los que me he nutrido gracias a La Abadía (Agustín García Calvo, Javier Sánchez, Vicente Fuentes, Jesús Aladrén, Manuel León, Lenard Petit, Jobs Langhans, Mala Powers, Joanna Merlin, etc.), creo que de lo que más me ha influido es el haber podido convivir y compartir escenarios con compañeros increíbles llenos de talento y saber hacer. Algunos son: Pedro Casablanc, Alberto Jiménez, Beatriz Argüello, Carmen Losa, Lola Dueñas, Carmen Machi... que formaron parte de esa primera hornada de actores que inauguraron La Abadía con El retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte de Valle-Inclán. Luego, trabajando sobre sus tablas, coincidí con otros compañeros igual de determinantes como Lidia Otón, Rosa Manteiga, Roberto Mori, Miguel Cubero, Inma Nieto, Lucía Quintana, Rebeca Valls, Luis Bermejo y un larguísimo etcétera de grandes profesionales y hoy amigos.
Y tampoco puedo olvidar, por supuesto, a los directores con los que he trabajado o colaborado en La Abadía: el propio José Luis Gómez, Gerardo Vera, Hansgunter Heyme, Álex Rigola, Carlos Aladro, Carles Alfaro, Miguel del Arco, Gotz Loppelman, Luis Miguel Cintra, etc. La Abadía me ha aportado muchísimo de lo que soy hoy como persona y como profesional. Son ya casi 25 años de relación con La Abadía, más de 15 producciones como actor, innumerables talleres recibidos y también impartidos; y, finalmente, una obra como director. Es difícil resumir la enorme influencia que ha tenido en mí. [Fig. 2].

EF: ¿Qué es lo que te atrae de los clásicos, ya sean españoles o ingleses? ¿Por qué siempre vuelves a ellos?

EA: Bueno, reconozco que hay clásicos que no me interesan, bien porque me parecen de contenido frívolo, bien porque quedan obsoletos en su temática, etc. La actualización de los clásicos sería otro debate aparte. Los clásicos que me gustan son en los que se da una combinación perfecta entre fondo y contenido. Una forma materializada en una palabra muy elaborada y poética; y un contenido interesante y profundo. Es entonces cuando me apasiona indagar, sumergirme y explorar en ellos. Considero que cuanto más elaborada y compleja sea la forma, más hay que indagar en el contenido para poder habitarla. De todas maneras, no es que yo me acerque a los clásicos, es que ellos vienen a mí, recibo propuestas para trabajar con ese tipo de material textual y supongo que mi enorme interés y pasión por la palabra será una de las razones por las que me llegan ofrecimientos así. Por otra parte, la puesta en escena del teatro clásico es apasionante, con ellos siempre se están probando posibilidades. He visto montajes de Hamlet, por ejemplo, de todo tipo y estilo, utilizando recursos escénicos y técnicos dispares. A veces tengo la sensación que siempre que aparece un recurso escénico nuevo, un avance o posibilidad nueva de puesta en escena, se acabará testando con un texto de Shakespeare. Hay algo así como “si funciona con Shakespeare, se asume como recurso válido”.

 

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