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2. VARIA

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2.1 · El Teatro de los Niños, de Jacinto Benavente

Por Javier Huerta Calvo.
 

 

Una adaptación no muy feliz de Hansel y Gretel: Los pájaros de la calle, de Enrique López-Marín

El 6 de enero de 1910 se ofrecía como segunda sesión del Teatro de los Niños una obra de Enrique López-Marín, Los pájaros de la calle, inspirada en el popularísimo cuento de los hermanos Grimm, Hansel y Gretel30[fig. 5].Era el día de Reyes, y Benavente, siguiendo la costumbre de la primera función, organizó una lectura de poemas, en la que intervino él mismo leyendo las composiciones tituladas «La adoración de los Reyes» y «La adoración de los pastores». Nilo Fabra leyó una poesía dedicada a una niña de doce años, y Carlos Fernández Shaw, el famoso libretista de zarzuelas, recitó el poema «Ancha Castilla», de su libro Vida loca (V.S., 1910a, 6). En esta ocasión parece que fue mayor la presencia del público infantil, según apunta Alsina, a quien sin embargo la comedia de López Marín le pareció de «una puerilidad completa» (1910, 2). Menos severo se mostraba el crítico de El Heraldo de Madrid:

Los pájaros de la calle agradaron extraordinariamente al público, y el cuadro segundo produjo un alboroto entre los infantiles espectadores, que se mostraban, unas veces, atemorizados, y otras, con alegría, manifestada en ruidosas carcajadas» (S.A., 1910, 4).

El efecto de miedo parece que fue real, pues Laserna aconsejaba «atenuar un poco el segundo cuadro, demasiado terrorífico para las imaginaciones infantiles» (1910b). En opinión de Andrenio, se trataba de una «obrita escrita con gracia y delicadeza, muy comprensible para los niños y atractiva para los grandes» y que tenía el aliciente de presentar una bonita decoración: «un bosque modernista, por donde cruza el fantasma del miedo, padre de casi todos los fantasmas y que resulta artístico y contribuye a la sugestión de la escena» (Andrenio, 1910a, 21).

Enrique López Marín, autor muy vinculado al género chico, debió participar de la idea de Benavente en su misma génesis, a tenor de lo que este mismo escribe en su sección habitual de El Imparcial:

El Teatro de los Niños es una de tantas ilusiones mías; pero nada de monopolizar ideas; no es mía solo; son muchos los autores dispuestos a realizarla. Uno de ellos, el simpático López Marín, se propuso nada menos que edificar un teatro de nueva planta para este especial objeto. Echose a buscar capitalistas con el mayor optimismo. No le acompaño en él, no tratándose de consagrar como primera tiple a una corista distinguida por algún ricacho de aluvión o de abrir una nueva tablajería escénica de carnes averiadas, bases de los más sólidos negocios teatrales. Ignoro el resultado de sus gestiones (OC, VII, 604-605).

El caso es que, pasados los años, López Marín recuperó la aventura de Benavente con la fundación de su «Teatro Guignol», en noviembre de 1917, instalado en la planta baja del madrileño Hotel Palace. En la información que del acontecimiento da la revista Mundo gráfico se anuncia literalmente como «El teatro de los niños». Parece que con destino a él se ensayaron La tarasca, de Shakespeare, Las diabluras de Polichinela, de Benavente, Los niños perdidos en el bosque, de Enrique López Marín y Kursaal Guignol, de Carlos de Armendáriz (Benito, 2011, 42-43).

Dos piezas menores: La mujer muda, de Ceferino Palencia Álvarez-Tubau, y El último de la clase, de Felipe Sassone [fig. 6]

Poco sabemos de la obra de Ceferino Palencia, el hijo del más famoso actor Ceferino Palencia y de la actriz María Álvarez Tubau. Estaba inspirada en La comedia del que se casó con una mujer muda, de Anatole France. Las críticas fueron en general bastante negativas. «Lo cierto y positivo –señalaba el crítico de La Correspondencia de España–es que “los señores” aplaudieron y llamaron a Ceferino Palencia (hijo), el cual hizo bien en no presentarse y dedicar los aplausos todos al autor del original» (A, 1910c). Obsérvese cómo de nuevo se ironiza sobre la edad del público asistente al Príncipe Alfonso [fig. 7 y fig. 8]. Esta obra se estrenaría años más tarde, en 1926, con el título de El hombre que casó con mujer muda, por el grupo que continuó las actividades de «El cántaro roto» que había dirigido Valle-Inclán en el Círculo de Bellas Artes (Lima, 2003, 37-38).

Todavía hubo una segunda colaboración de Ceferino Palencia Álvarez-Tubau en el Teatro de los Niños, con el estreno el 29 de enero de La mala estrella, cuento infantil en dos actos que, según Floridor, encerraba «una generosa enseñanza: la de que el trabajo y la constancia son las más infalibles virtudes contra las que nada pueden la fatalidad ni la mala estrella de los nacidos (1910b, 10). Menos condescendiente con la piececita era Andrenio:

 La mala estrella es una comedia de magia, que encierra también un ejemplo moral. Hace la apología de la constancia. La escena del avaro es graciosa. En mi humilde opinión, debe usarse moderadamente de estas obras fantásticas en el teatro de los niños. La mala estrella es un cuento diluido en dos actos, escrito discretamente y que gana con el relieve plástico que suministra la escena; obra sencilla, bastante infantil; más para niños que para grandes y que por consiguiente está bien colocada en aquel escenario (Andrenio, 1910b).

En cuanto a El último de la clase, se trata de la primera obra dramática que escribió el más tarde bastante prolífico Felipe Sassone. Este comediógrafo peruano, que por razones familiares conocía bien la literatura italiana, se inspiró para la historia de su pieza en Cuore, de Edmundo de Amicis. Sassone cuenta en sus memorias cómo los nervios, el día del estreno, le obligaron a salir de cajas y buscar refugio en el camerino. Allí se encontró a don Jacinto fumándose un puro:

–¿Qué hace usted aquí, don Jacinto? – dejó caer el puro de los labios y me respondió entre una sonrisa incierta, que lo mismo podía ser esperanza, resignación o miedo:

–Aquí te estoy dando a luz (Sassone, 1958, 353).

La obra no era ningún prodigio dramático, aunque al crítico Aznar Navarro eso no le parecía raro. Como los niños están «desgraciadamente, habituados a las tramas desquiciadísimas de los cuentos de Saturnino Calleja, no puede ser pecado, ni aun venial, a sus ojos, la inconsistencia de la producción del Sr. Sassone» (1910, 6). Más benévolo era en su juicio Floridor, que calificaba de este modo tan pintoresco a los intérpretes:

Fernando Porredón, infatigable propagandista de la altruista obra de Benavente, logró, por lo completo y feliz de su interpretación, muy nutridos aplausos, de los que participaron la monísima Matilde Rodríguez y la señorita Xifrá, que progresa muy notablemente» (Floridor, 1910a).

En la función leyeron versos Jacinto Benavente, Nilo Fabra y el poeta satírico Juan Pérez Zúñiga, «que hizo las delicias de la concurrencia leyendo con mucha gracia varias de sus festivas composiciones» (Anónimo, 1910h). Sassone se detiene, finalmente, en analizar los últimos momentos de la aventura del Teatro de los Niños: el éxito no acompañó la empresa, faltaban textos, y se recurrió a otras distracciones, como recitales de versos clásicos y modernos y, sobre todo, proyecciones de diapositivas y atracciones como la célebre linterna mágica:

Por entonces le llegó a Jacinto, enviada desde París, una especie de linterna mágica, con la que se proyectaba en siluetas […] cuadros de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, en una serie que abarcaba desde el establo de Belén hasta el monte Calvario y la adoración de las Tres Marías (Sassone, 1958: 355).

En efecto, en esa función se pasaron dos proyecciones: El gato negro y La marche à l’étoile. El caso es que el invento no funcionó tampoco. El propio Sassone cuenta con mucha gracia aquel fiasco. Al parecer, mientras Benavente accionaba el aparato en el que se proyectaba la linterna mágica, Sassone tenía que decir «Eli, eli, Señor, ¿por qué me has abandonado?»:

Y fue verdad el abandono, como arreció en la sala una tempestad de gritos, bastonazos, pateos y silbidos, de suerte que enmudecí y abandoné el escenario más que de prisa, mientras triunfando sobre todos los ruidos se oían los gritos de Jacinto: «¡Al Gólgota, al Gólgota!» y después la interminable cascada de su risa. A los pocos días se dio por terminada la actuación y se disolvió la compañía (Sassone, 1958: 356)31.

Cabecita de pájaro, de Sinesio Delgado

Se estrenó el 20 de enero de 1910 en el Príncipe Alfonso. Lleva el subtítulo de «cuento infantil en un acto, dividido en siete cuadros». La acción pasa en una habitación de casa modesta. Carlota intenta dormir a su hija Luisita, a la que molestan los ruidos que provienen de un piso cercano donde se escucha música. Para ello le cuenta la historia de un pastor viejo que se encontró a la orilla del río una niña que no sabía hablar ni tenía padres y la puso por nombre «Cabecita de pájaro». Una noche, en un claro del bosque, vio a la luz de la luna la comitiva del rey. A partir de ahí la obra escenifica el cuento. La Camarera y el Mayordomo están preocupados porque no aparece la niña, que va a ser próximamente la princesa. De repente se presenta y quiere conocer al príncipe con el que se va casar. Pero el príncipe no es hijo del rey, sino su hermano, un viejo de más de setenta años. Cabecita de pájaro quiere demorar la boda. Su futuro marido le informa de que es hija de una pastora y del rey anterior, y que pretende casarse con ella para evitar la guerra civil con los partidarios de dicho rey. Surge entonces Jazmín, pajecillo de la princesa, que le sugiere se pierda por la tarde durante la cacería. El cuadro tercero transcurre en el bosque, donde el pastor Antón reprocha a Jazmín su deslealtad con la princesa, pero él confiesa estar enamorado de Cabecita de pájaro. El cuadro quinto transcurre en la cocina de un labrador rico. Allí llegan otros labradores que se quejan de una serie de infortunios que achacan a los malos influjos de una bruja. Temen que la esposa de Leandro, verdadero nombre de Jazmín, y que saben es la hija bastarda de un rey, sea la culpable del maleficio. Entra Jazmín, preocupado porque todos huyen de él y nadie le ofrece trabajo. Jazmín revela su verdadera personalidad: es hijo de un cortesano a quien el rey usurpador mandó matar. Desde entonces juró venganza y ahora quiere encaminarse a palacio sin la mujer. Reaparece el pastor Antón, para poner el punto y la moraleja bastante avanzada en lo social:

Mentira son los esplendores del trono; falsa es también la sencillez tranquila de los campos. Sanguinarios, crueles y ambiciosos son los de arriba; ignorantes, duros y egoístas son los de abajo… Sólo en los brazos del viejo Antón, que te crió con leche de sus ovejas, encontrarás la paz del alma, para que no vuelvas a creer en los príncipes que se casan con las pastoras ni en los pastores que se mueren de amor por las princesas…

Para el crítico de La Correspondencia de España, se trataba de una pieza «de poca novedad», que se limita a advertir «a los niños que son puro sueño esos maravillosos enlaces de princesas y pastores de que les hablaron cuentecillos que por ahí corren impresos» (Anónimo, 1910d, 5). Narciso Díaz de Escobar y Francisco de P. Lasso de la Vega le dedican amplia atención en su Historia del teatro:

En enero de 1910, Sinesio Delgado, a quien su cultura y buen gusto hacen huir de las chocarrerías al uso, encontró agradable la tarea de secundar a Jacinto Benavente y López Marín en la labor de escribir para los niños componiendo Cabecita de pájaro, que es un cuento primorosamente escrito. El público aplaudió con entusiasmo, haciendo salir al autor multitud de veces al palco escénico, y lo hizo con justicia, pues la obra, además de ser entretenida, tiene prácticas enseñanzas para el auditorio de gente menuda. Cabecita de pájaro tiende a destruir los sueños que en los cerebros infantiles hacen surgir los cuentos de hadas y los relatos maravillosos, demostrando que ni los príncipes se casan en la vida real con las pastoras, ni las princesas descienden por amor hasta los pastores. Adobada la idea con el arte de un escritor del mérito de Sinesio Delgado, interpretada la obra con gran acierto por Matilde Rodríguez, Fernando Porredón y los demás elementos de la compañía, y presentada con lujo en el vestuario y decorado, no podía dudarse del éxito, que fue franco, ruidoso y espontáneo (1924, II, 289).

En general, los estrenos de López Marín, Delgado, Sassone y Palencia no habían colmado ni de lejos las exigentes expectativas del Teatro de los Niños. Eran obritas que –como escribía Andrenio– habían sido «representadas con esmero y han obtenido aplausos, que deben alentar a sus arregladores para llevar a la escena trabajos originales y de mayor enjundia» (1910f, 20).

De la dificultad de encontrar obras y autores de calidad nos habla el hecho de que por entonces la revista mensual La dama convocó un concurso para premiar las mejores obras que se escribieran destinadas al Teatro de los Niños. El jurado de este premio que nunca se llegó a convocar, estaba constituido por Jacinto Benavente, Ceferino Palencia (padre) y Ricardo J. Catarineu.



30 Los pájaros de la calle. Cuento en un acto, dividido en tres cuadros, inspirado en uno de Grimm y escrito en verso por Enrique López-Marín,Madrid, Graf. Mateu, 1911.

31 Según Montero Alonso (1967, 203), Sassone cuenta con más pormenor esta divertida anécdota en «A don Jacinto y a mí nos mandan a las estrellas», artículo publicado en el diario La Tarde.

 

 

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