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2.1 · LAS MEMORIAS TEATRALES DE JOSÉ GORDÓN: “ARTE NUEVO” Y “LA CARÁTULA”


Por Gregorio Torres Nebrera
 

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3

EL PRIMER “MENEO” DE ARTE NUEVO

En 1945 el panorama del teatro en España no ofrecía grandes atractivos. En nuestros escenarios triunfaban burdas tragicomedias, melodramas sentimentales. Se anunciaba, con gran estrépito, la aparición del folklore, y las revistas musicales eran tontas, sin gracia y de mal gusto. El teatro parecía que estaba a punto de morir. El esfuerzo oficial –Español y María Guerrero– se veía desatendido del gran público. La realidad era esta: la juventud en masa había abandonado el teatro hacia otros espectáculos43.

En ese clima había nacido “Arte Nuevo”, y en ese clima había tenido el éxito que obtuvo. Lógicamente, los obstáculos teníamos que saltarlos. Había que lanzarse de lleno a la segunda sesión, y para ello nos íbamos a preparar. Teníamos muchos más inconvenientes que en nuestra primera sesión, y las deudas eran cada vez mayores. El desamparo económico fue en todo momento absoluto, y muchas instancias duermen en algún cajón de secretario olvidadizo. En ellas se exponía todo un plan a seguir, que por cierto tiene gran parecido con cosas que después se han hecho.

Las facturas nos llovían. Al único que habíamos pagado por completo –con apuros, pero se le había pagado– era al Teatro Beatriz. A Sancho Lobo le debíamos dinero, y como a él, al attrezzista, etc.

Elegí el programa que comprendía la segunda sesión44. Una obra en un acto de Carlos José Costas, titulada Umbrales borrosos; otra de Alfonso Paso, esta vez en colaboración con Medardo Fraile: Un día más; y Uranio 235, de Alfonso Sastre45.

Convencí a Sancho Lobo para que nos pintase los decorados –sobre bocetos de Enrique Ribas–. Sancho cobraría lo que le debíamos y se comprometía a pintar los muros. Para pagarle esto tuve que vender los nueve tomos de Historia de España y su influencia en la historia universal, de Ballesteros46, que yo había comprado a plazos. Con Vázquez, el attrezzista, se llegó al mismo acuerdo, y Alfonso Paso vendió una colección íntegra que tenía de la Biblioteca Oro47. Eran muchas novelas. Creo recordar que nos dieron cuatrocientas pesetas por ella. Faltaba, no obstante, la imprenta, para lo que Alfonso Sastre también vendió unos libros, y, sobre todo, faltaba encontrar el dinero para el teatro. A decir verdad, nuestra familia –me refiero a la de Alfonso Paso y la mía– no veían con buenos ojos esta actividad nuestra. Hasta ellos había llegado la noticia de las deudas y de cómo éramos perseguidos por los acreedores. Por lo tanto, pedirles dinero era poco menos que imposible. Pero nosotros teníamos nuestras naves quemadas. Se estaba ensayando a toda marcha y yo tenía ya firmado el contrato con el Beatriz. Como capítulo único, cuando todo parecía imposible, Alfonso y yo hablamos con mi abuelo –padre de Alfonso–. Después de una breve lucha, más breve de lo que suponíamos, mi abuelo, generoso y desprendido siempre para todo lo que significa dinero, nos dio mil pesetas. Mil pesetas que jamás le devolvimos (él ya lo sabía cuando nos las prestó). Fue imposible encontrar las otras quinientas que nos faltaban para la fianza. No tenía otra solución que convencer a Herencia que se conformara con mil como adelanto. Fui a verle; creo que me acompañaba Alfonso Sastre en aquella gestión. Herencia, de principio, estuvo firme y no solo no cedía, sino que nos oponía nuevos problemas. El ensayo general debíamos pagarlo a parte. En nuestra publicidad había que hacer constar que continuaba al día siguiente el mismo espectáculo…; pero después de dos horas largas de discusión conseguí que se conformase con las mil pesetas y con cobrar el resto después de la función, quedando la taquilla en su poder hasta la total liquidación. El ensayo general subió quinientas pesetas más el alquiler.

Por fin llegó la sesión y tuvimos más gente que en la anterior. Aquella noche llovía de una forma torrencial, lo que hizo temer por nuestra entrada –el Beatriz es el teatro de provincias más cercano a Madrid–. Pero no fue así. El público acudió. Toda la prensa estaba allí.

A nuestra compañía habitual se unieron nuevos nombres: Nieves Berdejo y Carmen Seyer. Alfonso Paso esta vez no solo sería autor, sino intérprete. Hacía uno de los principales papeles en Uranio 235. Alfonso Paso es un extraordinario actor48, y estuvo francamente bien en la interpretación de su papel.

Antes de empezar, Carlos José Costas, nuestro más joven autor, tuvo un ataque de nervios y perdió el conocimiento.

Umbrales borrosos, sin ser un éxito de clamor, gustó, y la salida de Carlos a escena provocó una corriente de simpatía, por su acusada pulcritud. Llegó el primer éxito auténtico de la noche. Un día más fue un éxito grande. Amparo Conde, Aníbal Vela (hijo) y Enrique Cerro la interpretaron muy bien. El boceto de Enrique Ribas era muy bueno, pero Sancho lo estropeó al poner una serie de planos sueltos unidos en un mismo telón. Inconvenientes de no pagar a tiempo. Pero la obra se defendió sola y ganó su batalla. Hablando de batallas, llegó el estreno de Uranio 235, de Sastre [fig. 5].

La obra era muy difícil. Tenía un reparto extenso. La acción sucedía en un sanatorio antituberculoso. Durante el transcurso del drama morían nueve personajes– Alfonso Paso uno de ellos– y se iban al fondo, donde tenían que permanecer quietos, rígidos, sin moverse, hasta casi el final de la obra. Le aconsejé a Sastre ciertos cortes –que sigo creyendo hubiesen beneficiado a la obra–; pero Alfonso –actitud elogiosa, por otra parte– si ve una cosa de una manera, es muy difícil que la cambie. Desde el primer momento, la obra no entró en el público. Pero aquello interesaba: una prueba es que no se fue el público, que, por el contrario, se quedó para exteriorizar su protesta y de forma ruidosa.

Yo, nervioso, iba de vez en cuando al patio de butacas, en donde, sentado en la última fila, Alfonso Sastre era también espectador del jaleo que se producía. Él estaba tranquilo y serio. Agitar es también un triunfo en el teatro, porque bien es verdad que no todo el público pateaba. Había una minoría que protestaba del pateo, lo que hacía que aquello tuviera caracteres de auténtica batalla teatral.

Los actores, con un miedo que solo puede comprender el profesional, pero con valentía digna de la causa, aguantaban, como vulgarmente se dice, el chaparrón. Alfonso Paso, Miguel Narros, Justo Sanz, Margarita Mas, etc. Luchaban por hacer oír sus papeles. Cuando parecía que se calmaban los ánimos, tenía que morir un personaje y trasladarse al fondo, al sitio designado, y el público volvía por sus fueros.

El telón cayó. Sonaron aplausos, pocos, pero rabiosos, y protestas, las más ruidosas. Cuando se iba a levantar el telón, di la orden de que no se hiciese. Había que respetar la opinión del público o, por los menos, de la mayoría del público.

Alfonso Paso, que había estado más de media hora “muerto” en el fondo, aguantando estoicamente el “meneo”, cayó al suelo sin conocimiento al descender el telón.

Nuestra segunda sesión, a las dos y media de la mañana, había concluido. Alfonso Sastre había demostrado que no éramos un grupo de aficionados. Que nuestros éxitos eran éxitos, y nuestros fracasos lo eran con todos los atributos que el teatro –el gran teatro, en España– ha tenido para ellos.

La crítica, en general, defendió la obra de Alfonso Sastre y, sobre todo, defendió nuestro movimiento49. Se elogió la teatralidad –de la buena– de Alfonso Paso y Medardo Fraile. Alberto Crespo pegó en serio50, y en una revista que se llamaba Cú-cú, creo que fue Evaristo Acevedo quien hizo una crítica a Uranio 235, y entre otras cosas decía: “Nueve muertos en menos de media hora es demasiado, señor Sastre; es usted el doctor Petiot51 de nuestros autores dramáticos”52.

Esta crítica –descubierta por Alfonso Sastre– nos hizo reír a todos mucho, empezando por Sastre, naturalmente, que supo encajar muy bien lo ocurrido la noche del estreno. A nosotros nos unía algo más que un éxito personal. Nos unía un nombre, “Arte Nuevo”; es lo que nos interesaba.

Como es lógico, las deudas aumentaron y Herencia se cobró su parte. A esto vendría otro inconveniente. La protección de menores nos reclamaba el pago del impuesto, que nosotros creíamos estaba abonado por el teatro, y nos lo reclamaban sobre el teatro lleno. Cerca de cuatro mil pesetas.

La Sociedad de Autores nos exigía el pago de los derechos de estreno (veinte por ciento de la entrada). Por más que luché para convencerlos que aquella tarifa era absurda y disparatada, y que la Sociedad lo que tenía que hacer era proteger estos grupos, aplicándoles una tarifa reducida, no hubo manera. A todas mis razones sobre la labor cultural, ensayística, etc. que realizábamos, nos respondía que la Sociedad era solo una sociedad administrativa. Todavía no compraba teatros. Como los autores éramos nosotros mismos, normalmente no debía haber inconveniente. Renunciaríamos a los derechos. Esto tampoco podía ser. Lo prohíbe la organización interna. Entonces se hizo un ingreso en una ventanilla y se cobró en otra por los autores. Claro está que en ese cambio perdimos algunas pesetas. El derecho de administración de la Sociedad General de Autores y sus impuestos.

Por otra parte, contaríamos con un nuevo inconveniente. A partir de ahora, necesitábamos para actuar un permiso del Sindicato del Espectáculo, y el Sindicato nos quería cobrar mil pesetas por ese permiso. Pero de todo eso ya hablaremos en otro artículo.

[núm. 114, junio de 1958, p. 18].

 

4

CON JARDIEL PONCELA

Después de nuestra segunda sesión, el desánimo se apoderó de nosotros. No fue el “meneo” que se organizó con Uranio, pues, por el contrario, aquello lo tomábamos como una prueba positiva. Quizá fuera eso lo único que en aquellos momentos nos animase de verdad. El desánimo venía de los inconvenientes que continuamente encontrábamos a nuestro paso, y que cada día eran mayores. Hicimos varias peticiones de subvención, que nos fueron rechazadas. Nuestras deudas iban en aumento y ya no había posibilidad de “parar” a la gente. Y el caso era que cada vez teníamos más público, y en el público y en la crítica, una gran curiosidad.

Una tarde, y estando Alfonso Sastre solo en el salón de ensayos de Fuencarral, se presentó un inspector del impuesto de menores. Todos los espectáculos de España tienen un impuesto del cinco por ciento de la entrada, que va destinado a la protección de menores. Aquel inspector iba a reclamar y levantar acta de embargo, por falta de pago en este impuesto. La realidad es que el señor Herencia era el encargado de hacer este pago, que, por olvido y falta de costumbre de estos espectáculos, él no había hecho. Al no hacerlo a las veinticuatro horas, nos reclamaban el cinco por ciento de la entrada total de todas las sesiones que habíamos dado en el Beatriz. Sastre recibió humorísticamente al recaudador que, después de dejar la oportuna citación, se marchó. A la mañana siguiente, Alfonso Paso y yo fuimos a las oficinas de la agencia ejecutiva. Entramos a ver un empleado, bastante destemplado, por cierto. Nos presentamos diciendo:

–Verá usted, nosotros somos los de “Arte Nuevo”.

–¿”Arte Nuevo?” –dijo encolerizado– ¡Ha nombrado usted la bicha!

Aquella actitud nos desconcertó por unos segundos. Era tan absurda y grotesca la actitud de este señor, que es lógico nuestra extrañeza. Por fin logré hablar con él normalmente. Parecía obsesionado con la idea del embargo, pues de vez en cuando interrumpía nuestra conversación para decirnos:

–Muy bonito el teatro Beatriz, estuve el otro día viéndolo desde fuera, desde la calle ¡Es un gran edificio!

Al decir esto ponía en sus palabras un acento nostálgico, soñador… Parecía que acariciaba la idea.

Yo le propuse pagar a plazos esa deuda, a todas luces injusta, pues se podía demostrar que la entrada mayor que habíamos hecho eran cuatro mil y pico de pesetas. Él rechazó mi ofrecimiento. Todo de una vez, o embargo. Claro está que a nosotros iba a ser muy difícil embargarnos nada, pero él no pensaba como nosotros, y en el fondo tenía razón, como demostraré más adelante. No obstante quedé en hacer una instancia solicitándolo. De esta forma logré parar el asunto… de momento.

Al ir a solicitar el permiso de la Dirección de Seguridad para la representación próxima nos dijeron que hacía falta un permiso del Sindicato del Espectáculo. En la Dirección General de Seguridad, y en su Sección de Espectáculos, siempre nos dieron toda clase de facilidades, y en más de una ocasión no se habría podido levantar el telón si estos funcionarios no hubiesen sido comprensivos. Pero las órdenes eran órdenes, y a la mañana siguiente fui al Sindicato para enterarme en qué consistía aquel permiso, que jamás nos había hecho falta.

Un alto cargo del mismo, cuyo nombre no hace al caso, me recibió. Le debí caer antipático, porque jamás conseguí en mis relaciones con este Sindicato que este hombre tratase de comprender algo de lo que ya le exponía. El permiso era el siguiente: si actuaba una compañía profesional, hacían falta –como es lógico– los contratos. Si las compañías eran de aficionados, para conseguir el permiso hacía falta pagar mil pesetas, que se destinaban a obras sociales. Dejando a un lado lo discutible de esta determinación, que no tiene lógica, nuestro caso era distinto. No éramos ni una cosa ni otra. Éramos sencillamente un teatro de ensayo, y este tipo de teatros cuenta en el mundo entero con todas las simpatías y con todo el apoyo. Trataba de explicarle a este hombre –que, por cierto, no tiene nada que ver con el teatro– lo que nosotros representábamos, y al decirle que éramos un teatro de ensayo me contestó:

–¿Ensayo? ¿Y para ensayar arman tanto jaleo? Para eso alquilar el Centro Segoviano y os sale más barato.

Pero no todo es así. Allí estaba de jefe provincial don José Massi Massi –hoy desaparecido–, que era un hombre bueno. Su bondad llegaba incluso donde no llegaba su comprensión, y él me dio el permiso. Cada vez que tenía que dar una sesión chocaba contra el mismo inconveniente, que al final me resolvía don José Massi. Aquella era una época en que la palabra “imposible” no existía para mí.

Nuestras relaciones con el teatro Beatriz seguían bien. Siempre teníamos discusiones, y Herencia hubo un momento en que no quería hablar conmigo, porque decía que siempre terminaba convenciéndolo. El teatro nos lo habían subido de alquiler. Sancho Lobo, con el que siempre estuvimos en deuda, seguía pintando. Siempre íbamos una sesión atrasados con él. Vázquez, el utilero, era una de nuestras pesadillas, pues con él no había forma de una colaboración mínima, ya que exigía el pago de setecientas pesetas, por una sola noche de alquiler, por anticipado. Con Peris –el “sastre” de teatro53– nos pasaba lo mismo.

Mientras tanto, a trancas y barrancas, y agotándonos en los intentos, seguimos dando representaciones. Se estrenó una comedia mía, en un acto, que no me quiero acordar ni de su título54. Era francamente mala. Pasó sin pena ni gloria. Una graciosa obra de José María Palacio –que, por cierto, aportó una importante suma, creo que unas tres mil pesetas para esa sesión– titulada Tres variaciones sobre una frase de amor. La obra a mí me parece graciosa y muy original. Alfonso Paso hizo el papel de Oscar Wilde; Pepe Franco el de Nerón; Amparo Reyes –que inició su colaboración con nosotros–, el papel de María Waleska; Aníbal Vela, el de Napoleón. La comedia fue uno de los éxitos de “Arte Nuevo”. Pepe Franco debuta como autor y estrena El 21 de marzo entra la primavera 55.

Vencernos no era fácil, pero teníamos que dominar el problema económico. Este seguía siendo nuestro gran enemigo. Decidimos crear una sección dedicada a la música, y se encargó de ella Carlos José Costas. Creíamos que los conciertos daban dinero. Conseguimos alquilar el Español para una tarde. Se habló con Regino Sainz de la Maza. Nos cobraba por el concierto cuatro mil pesetas. El teatro, no me acuerdo en este momento. Propaganda aparte. Un admirador de nuestro esfuerzo, que iba mucho por el gimnasio donde teníamos los ensayos, don Lorenzo Paresio, se hizo “empresa” de la parte de conciertos. Regino cobró dos mil pesetas anticipadas. Llegó el día del concierto y se hicieron tres mil pesetas escasas de entrada56. Otra intentona para levantar “Arte Nuevo” económicamente, que se nos frustraba. Medardo Fraile hizo unas coplas con este motivo. Una de ellas decía: “Regino Sainz de la Maza / Regino Sainz de la Maza / Regino Sainz de la Maza/  ¡qué “facistes” con “Arte Nuevo” / aquella tarde, mi alma!”.

Hicimos una petición de ayuda económica al Ayuntamiento de Madrid, que cayó en el más absoluto de los silencios. Solicitamos, para nuestras sesiones, el Español o el María Guerrero, y nos fue denegado siempre. Tratamos de cambiar de teatro, y todos eran más caros. Sabido es que la mayoría de nuestros empresarios de teatro saben nada más que el dinero que entra por la taquilla.

Nuestra lucha se hacía cada vez más difícil. Alfonso Sastre estaba más triste que de costumbre. José María Palacio había abandonado un poco la lucha. Alfonso Paso había sacado punta a su amargura de veinte años. Medardo Fraile, nunca supimos de sus reacciones, pero se dejaba traslucir un no sé qué extraño, una profunda tristeza. Venciéndonos a nosotros mismos, teníamos que seguir luchando.

Por fin alguien nos echaría una mano. Éste fue Conrado Blanco57. Me decidí a verle y explicarle nuestra situación. Él nos alquiló el teatro Lara nada más que por los gastos de personal y luz. Aquello me pareció imposible. Por otra parte, no nos exigió nada por adelantado. Esto nos animó tanto, que rápidamente comencé el montaje de un nuevo programa. Alfonso Paso escribió una obra titulada De 2 a 4, y Cipriano Rivas Cherif, que por aquella época se quedó con el teatro Cómico de Madrid, y quería formar un teatro de cámara –cuya dirección me ofreció–, me recomendó a un amigo suyo, Joaquín Andrés, que nos leyó un drama en un acto titulado Media hora de luz. El drama no estaba nada mal, y sobre todo teniendo en cuenta que era la obra de un autor novel. Con renovados bríos se empezó a trabajar. Los actores eran auténticos camaradas en esta lucha, y contábamos con el apoyo de Conrado Blanco. Aquella sesión58 tiene una historia muy particular, que abarca desde la entrega, por parte de Amparito Conde, de una cadena de oro para que la vendiésemos, y de esta forma completar veinte duros que nos faltaban, a un embargo en la taquilla, por aquel asunto de menores que hablé al principio. Fue una sesión muy accidentada, que merece un capítulo aparte.

Mi vida particular se desenvolvía con muchas dificultades. Yo colaboraba asiduamente en el periódico Informaciones de Madrid, en Fotos, en La Hora59. Pero todo aquello no daba para vivir, ni siquiera para malvivir.

Ya había conocido a Enrique Jardiel Poncela, con el que intimé bastante hasta los últimos momentos de su vida. Un día me dijo cosas muy curiosas sobre la crítica teatral. Le pedí permiso para publicarlas en Informaciones, y ello me valió un gran éxito periodístico, pues se organizó una polémica titulada “Críticos contra autores”, que hizo que mi colaboración fuese diaria durante dos meses y pico. Aquello me alivió económicamente bastante y logré que Francisco Lucientes60 –director de Informaciones en aquella época– me encargase más asiduamente trabajos. Enrique Jardiel Poncela me honró con mi amistad, una amistad sincera, de algo más que un gran escritor, de un gran hombre. Siempre guardo en mi recuerdo un lugar preferente para Jardiel. Tardes enteras me las pasaba hablando con él. Por la noche, ya casi vencida la madrugada –cuatro o cinco de la mañana–, todavía estábamos en la terraza de La Elipa. Cuando me quería marchar, él me retenía, diciéndome

–No te marches, Gordoncito, la noche es joven todavía.

Carlos José Costas y, sobre todo, Alfonso Sastre también fueron amigos íntimos de Jardiel hasta el día de su muerte.

[Núm. 115, julio de 1958, p. 19].



43 Gordón debería haberse referido, con más propiedad, al año 1946. Para cotejar lo que dice con la realidad, y comprobar que no le faltaba la razón en sus apreciaciones, copiaré seguidamente la cartelera teatral madrileña del 31 de enero de 1946, día del bautizo oficial de “Arte Nuevo”, tomada del diario Abc de esa fecha. La comedia musical se hacía presente con los títulos Tres días para quererte, El hombre que las enloquece (opereta de Antonio y Manuel Paso con música del maestro Montorio), además de los respectivos espectáculos centrados en Celia Gámez, Antoñita Moreno, la vedette Mary Begoña o la célebre revista Cinco minutos nada menos, de Muñoz Román y Guerrero, con la escultural Maruja Tomás. En el Beatriz, el teatro que acogió las primicias del grupo de Gordón, se programaba la comedia Tengo diecisiete años, del belga Paul Vandembergher, adaptada por Guichot y Morcillo; la risa se procuraba en el sainete de los Paso Soy el rata primero y en Una gallega en Nueva York, del indispensable Torrado, con la actriz que se había hecho enormemente popular desde el estreno de Chiruca, Isabel Garcés; la zarzuela tenía su muestra en Don Manolito, de Sorozábal, y Dos puntos de vista era el título de la humorada de Carlos Llopis (“apropósito hecho a propósito para Davó-Alfayate”, rezaba en la edición del texto en el número 3 de la colección teatral “Las Máscaras”). La compañía de Rafael Rivelles ofrecía Cándido de día, cándido de noche, de Suárez de Deza, un autor que entonces cosechaba buenos éxitos entre nosotros, y Ana Mariscal con los experimentados Alberto Romea y Carlos Muñoz presentaba en el Lara la comedia de Molnar Dalila, traducida por Tomás Borrás. En los dos teatros nacionales se programaban El sueño de una noche de verano (Español, bajo la batuta de Luca de Tena) y El galeón y el milagro, de Marquina, con Ricardo Calvo, Mari Carmen Díaz de Mendoza y Elvira Noriega: un producto del tandem Escobar-Pérez de Ossa. Y, finalmente, en el teatro de la Zarzuela se podía ver la reposición de la obra de Jardiel Usted tiene ojos de mujer fatal, por la compañía de Manuel González –ya citado arriba por Gordón–, Carmen Carbonell y Antonio Vico.

44 Otra vez en el Beatriz, el 11 de abril del 46. El espectáculo, como el anterior, fue reseñado por Marqueríe en la página teatral del Abc del día siguiente.

45 Las obras de Paso-Fraile y Sastre fueron recogidas en Quince obras. No así la de Carlos José Costas, de la que no tengo noticia alguna de su edición. En el Abc del día 10 de abril del 46 apareció la autocrítica conjunta en estos términos: “Carlos José Costas dice: «He querido hacer con Umbrales borrosos una obra vanguardista. Su tono de comedia y su solución, tal vez un poco confusa, no le quitan su esencia de teatro avanzado. Espero que el público y la crítica comprendan que la rareza y la brumosidad de mi tragedia moderna no es un snobismo, sino un modo de hacer». Alfonso Paso añade: «En cambio en Un día más todo ocurre sencillamente. Queremos de esta forma hacer notar la importancia de las cosas poco importantes». Y corrobora Medardo Fraile: «Cada día es un día más, pero también un día único. Eso es todo… En cuanto al diálogo, nos parece limpio y con ligero vuelo poético. Nuestro agradecimiento a Amparito Conde, Enrique Cerro, Aníbal Vela (hijo) y los demás por su entusiasmo y magistral interpretación». Y Alfonso Sastre concluye la cuartilla escribiendo: «En la primera parte de Uranio 235 he intentado recrear un viejo clima literario, Clima de sanatorio. “Esos cientos de cabezas –viene a decir Lenormand– cada una de las cuales piensa exclusivamente en su cuerpo…». La obra tiene un claro sentido simbólico. En cuanto al título –que pudiera parecer a alguno un poco extraño– diré que se trata sencillamente de una simple definición ambiental. El uranio 235 –elemento base de la bomba atómica–puede convertirse desgraciadamente en el símbolo angustioso de esta época. Mi reconocimiento para Margarita Mas, Nieves Berdejo, Justo Sanz, para todos, en fin. Han trabajado con mucho entusiasmo. Magnífica labor de dirección de escena de José Franco y sorprendente e incansable entusiasmo de José Gordón”.

46 Obra en 12 volúmenes del historiador Manuel Ballesteros Bereta, que se había publicado inicialmente entre 1922 y 1941. Posteriormente hubo una segunda edición (entre 1943 y 1964) revisada por su hijo, el también historiador Manuel Ballesteros Gaibrois.

47 Colección de la Editorial Molino (“publicación decenal de novelas ilustradas”), editor que hubo de exiliarse al terminar la Guerra Civil. Muy popular en los años treinta, publicó tres series de libros, con un nutrido catálogo: la serie azul (novelas de viajes y aventuras), la serie roja (novela histórica) y la serie amarilla (género policíaco).

48 Y lo mostró encabezando el reparto actoral de algunas de sus obras posteriores, como Mi querido profesor (1965) o Nerón-Paso (1969).

49 Así se pronunciaba Marqueríe en la crítica mencionada en la nota 44: “La compañía juvenil de Arte Nuevo, simpática organización con afanes de ilusionada renovación escénica, presentó anoche en representación única y en el Infanta Beatriz, la tragedia en un acto de Carlos José Costas Umbrales borrosos, con ambición de incorporar a una acción comprimida y a iluminados monólogos el mundo misterioso de las premoniciones, de los presentimientos y de los sueños; Un día más, comedia, o mejor sainete moderno, de Alfonso Paso y Medardo Fraile, donde, con una fraseología romántica, y con evidentes aciertos de gracia en los diálogos, se refleja el trozo de vida, o mejor de vidas, que pueden caber en la plazoleta de un parque público en un día de primavera, con animado desfile de personajes en ciertos momentos; Uranio 235 es una especie de cápsula dramática en un acto, original de Alfonso Sastre. Tiene valentía en la presentación escénica, sentido poético y en el fondo un místico aliento, ya que la enseñanza aleccionadora de sus conclusiones es la permanente verdad evangélica. El reparo más considerable que puede hacerse a los tres experimentos teatrales mencionados es el de que olvidan el desarrollo de la acción, indispensable en todo teatro auténtico, por muy moderno que sea, para atender más a lo narrativo y a lo discursivo. “La moral de una obra –decía Larra– no debe ponerse en boca de tal o cual personaje, debe desprenderse del conjunto de los diálogos y de la acción”. La observación de Fígaro sigue siendo válida en nuestro tiempo. Navidades en la casa Bayard y Nuestra ciudad, de Thornton Wilder, han influido excesivamente en los autores de «Arte Nuevo». Deben liberarse de ese mimetismo, pero sus propósitos y sus logros son dignos de aplauso. Así lo entendió el público, que prodigó sus ovaciones durante el curso de la representación y al final de las obras. Los decorados de Ribas y Sancho Lobo; la dirección escénica de José Franco; la artística, de José Gordón, contribuyeron al éxito. Los intérpretes, con alguna ingenua vacilación propia de noveles, trabajaron con competencia y buen arte y se hicieron acreedores al elogio las señoritas Mas, Berdejo, Geyer, Montenegro, Conde, Gómez Ramos y los señores Aníbal Vela (hijo), Narros, Sanz, Fresneda, Cerro, Alisedo, Ruiz y Wilde”.

50 Este crítico lo era del diario Informaciones y subrayó la confusión de la obra, añadiendo que “rezuma un simbolismo extraño e incomprensible”.

51 El francés Marcel Petiot fue un médico francés que actuó como asesino en serie durante la ocupación nazi del país vecino. Fue atrapado, juzgado y guillotinado en 1946. Era, por tanto, un personaje de plena actualidad, por su perfil delictivo, en el momento en que Acevedo escribía esa crónica.

52 El humorista Acevedo, que empezó en las páginas de La codorniz, escribió miles de artículos a lo largo de su vida, además de algunos libros de humor de notable éxito, alguna novela y alguna pieza teatral totalmente olvidada. El semanario de humor Cucú. Semanario festivo (1944-1948) publicó un total de 215 números. Su editor y director fue Cristino Soravilla. Concretaré la referencia que hace Gordón. En el número 104 (21 de Abril de 1946) y firmado por Vicente Vega (que podría ser uno de los varios seudónimos de Acevedo) y dentro de la sección dirigida al teatro y titulada “Cartas a los autores” se insertó un texto bajo el epígrafe “¡Oh, jóvenes amables!” del que copio sus fragmentos más interesantes referidos al espectáculo teatral del 11 de abril del 46: “Para empezar nos colocaron una tragedia moderna ¿Para empezar? ¡Para morirse! Se titulaba Umbrales borrosos. Bueno, su autor me fue muy simpático; tan joven, tan emocionado… Ahora, que, francamente, su obrita no pasaba de un ensayito realizado con una leve idea de lo que es hacer teatro y con la buena fe de la juventud, que cree hacer algo nuevo cuando escribe una cosita de estas, fruto de sus primeras lecturas. Aquella madre, aquel hijo despiertos a las tres de la madrugada, sin fuego en la chimenea y sin consideración alguna para la doncellita, entre bastidores a esas horas… Luego, para desengrasar, nos hicieron la comedia en un acto original de Alfonso Paso y Medardo Fraile Un día más ¡Vaya por Dios! Esta comedia nos animó un poquito, en parte porque tiene algún movimiento y porque trabajaba en ella una chiquita, Amparito Conde, que lo hacía bastante bien. Claro que la comedia no es ni una comedia siquiera; no llega ni a “paso de comedia”, como se decía antes; pero revela aptitudes y cierto optimismo, porque estos autores nuevos nos rescataron de la lobreguez…Lo más peor fue el remate de la velada: el poema escénico en un acto de Alfonso Sastre Uranio 235 ¡Horror, terror, furor! En la influencia de Petiot, claro. Nos llegamos a reunir con más de media docena de cadáveres en escena, y todos tan tiesecitos, e incluso uno rompió a cantar cuando menos se esperaba. El público, que había ido soportando todo con paciencia, a partir del tercer “fiambre” lo tomó a pitorreo y aquello estuvo a punto de terminar… peor de lo que terminó. En fin, como bromazo no estuvo mal […]. Las tres obritas de ustedes valen muy poquito, muy poquito, muy poquito; hay que trabajar mucho más […]. Entre tanto, señor Sastre, cese en su manía homicida: ocho o nueve muertos en menos de una hora de acción, ¡caracoles! no se lo había permitido nadie hasta ahora. Es usted la bomba atómica de los autores dramáticos”.

53 Una de las sastrerías teatrales más antiguas, ubicada primero en la calle Atocha y luego en la calla de la Magdalena, regentada por los hermanos Eduardo, Federico y Ramón Peris. Inició sus trabajos a mediados del siglo pasado, dedicándose a preparar los trajes para los espectáculos del Real.

54 Se tituló Mundo aparte, como se confirma en la crítica copiada en la nota siguiente.

55 Se alude a la tercera sesión de “Arte Nuevo”, el día 21 de junio de 1946. En el Abc de ese mismo día apareció la acostumbrada Autocrítica, a tres manos, como en las dos ocasiones anteriores: Franco escribía de su pieza: “El 21 de marzo llega la primavera es, efectivamente, un «sainete sin importancia». Lo escribí hace tiempo y forma parte de una tetralogía que lleva por título La temporiada. Cada una de las estaciones tiene su sainete, y el que se estrena ahora es el primero de la tetralogía. Esta obra tiene cierta dificultad; y con ella pretendo, ya que no renovar el sainete, ensayar un camino para la intrascendencia de este género. Un camino sentimental, menos caricaturesco, más humano, con menos gracia, quizá, pero con más humor”. Gordón se expresaba en estos términos: “Mundo aparte es una comedia en la que trato el clásico tema de la realidad subjetiva. Es decir, la realidad de don Quijote, puesto que para don Quijote los molinos no eran molinos, sino gigantes. Claro que la realidad de Don Quijote es ideal, no tangible, y es el resultado de un estado patológico, pero sin duda es una realidad creadora. Don Quijote fue tan creador o más que el propio Cervantes. Unamuno ha tratado en alguna ocasión este tema que luego ha dado frutos bastante originales en el teatro contemporáneo español. Yo lo trato en Mundo aparte aplicándolo a la ideología política de mi quijotesco personaje”. Y, finalmente, Palacio decía: “Tres variaciones sobre una frase de amor es una obra un poco esquizotécnica y, en opinión de los que la conocen, muy divertida. Trato en ella, con estilo de parodia, tres desgracias de la historia de la Humanidad. La tragedia de Wilde, la derrota de Napoleón y el incendio de Roma, estas tres calamidades. Traigo a escena personajes como Oscar Wilde, lord Alfred Douglas y María Waleska, Napoleón Bonaparte, Nerón –interpretado magistralmente por José Franco–, Agripina, Popea…Ya verán, ya verán”. Y también, como en las dos ocasiones anteriores, Alfredo Marqueríe fue el encargado de dar noticia de aquella tercera sesión en el Abc del 22 de junio y en los siguientes términos: “La entidad «Arte Nuevo» estrenó anoche en el Infanta Beatriz tres obras, que constituían la trayectoria iniciada por su ciclo de representaciones con ánimo renovador y juvenil. El «sainete sin importancia» de José Franco titulado El 21 de marzo llega la primavera, tiene como lugar de acción la caja de un ascensor, que sufre avería entre dos pisos, y el diálogo está lleno de graciosa y poética ironía. Mundo aparte es una comedia en un acto, de José Gordón, que recuerda ese país de utopía teatral tantas veces llevado a la escena –como, por ejemplo, el de Casona en La sirena varada o el de Ruiz Iriarte en El puente de los suicidas–. Mejor de intención que de lenguaje, adolece de cierta ingenuidad expresiva, con frases como «azul celeste de inteligencia», «rubio de carnes y de ideales, tenía, en sus labios un nido de besos vírgenes» y otras por el estilo, de un lirismo un poco trasnochado. Lo que, con exceso de amabilidad, podríamos calificar como tesis de la comedia, aunque inspirada en laudable intención, no alcanza categoría filosófica. También en ese aspecto la ingenuidad es patente. Tres variaciones sobre una frase de amor, de José María Palacio, discurre por los rumbos de la farsa hilarante y de la historia en broma, tan gratos al humorista francés Cami y, entre nosotros, a Edgar Neville y a José Luis Sáez de Heredia, que han escrito juguetes y apropósitos semejantes al de este joven autor. Sabe jugar ágilmente con el burlesco anacronismo y entretener y divertir, que no es mérito pequeño. A veces peca por exceso de atrevimiento. Sentimos, por carencia de programas, no dar la lista completa de las actrices y actores que trabajaron, unos con buena voluntad y otros con evidente acierto. Entre estos últimos podemos citar a Amparo Reyes, a Pepe Franco, a Aníbal Vela (hijo)… Para todos hubo muchos aplausos, y los autores salieron a saludar”. Dos de las tres piezas de esta tercera sesión –El 21 de marzo… y Tres variaciones…– fueron recogidas en Quince obras… No así la pieza de Gordón, de la que no tengo noticias de edición alguna.

56 Concierto que tuvo lugar, ciertamente, el martes 19 de febrero de 1946 y en el Teatro Español, como dice Gordón.

57 Conocido empresario teatral que rigió la programación del Teatro Lara durante muchos años, y desde 1942, en donde organizaba los domingos por la mañana unas famosas “Alforjas para la Poesía”. Fue también poeta con menor relevancia.

58 Que tuvo lugar el 7 de septiembre de 1946, en el Lara, pero no exactamente con el programa que recuerda Gordón, pues equivoca títulos y autores. La certeza de esa función se puede consultar en la crónica publicada en el diario Abc del 8 de septiembre, firmada por A[lfredo] M[arqueríe]: “Anoche dio en el Lara una representación la Compañía de «Arte Nuevo», conjunto juvenil dedicado al teatro experimental y de ensayo. Estrenó tres obras en un acto: Barrio del Este, de Alfonso Paso, drama de ambiente por el que desfilan varios tipos de los suburbios neoyorkinos. La acción dramática es demasiado rápida y comprimida; el desenlace, precipitado; pero, sin embargo, hay en él felices atisbos de observación y de diálogo y un clima de angustia bien entendido y expresado. Parábola de la tierra a pique, de Joaquín Andrés, es más feliz de argumento y de arquitectura escénica dentro de su brevedad. Su lenguaje es indeciso, fluctúa entre lo realista y lo poético, y son visibles en él huellas de lecturas –la de la novela Sirénida del mar, entre otras– que han impresionado al autor con sus temas. Pero no se le puede negar valentía escénica y simbólica de buena y prometedora calidad. El drama grotesco de Julio Angulo De 2 a 4, es atrevido, gracioso, de osado humor nuevo, semejante a El doctor inverosímil, de Gómez de la Serna. Julio Angulo puede y debe abordar obras de más alto empeño, porque posee para ello condiciones sobradas. Lo que hace falta es que autores como éste salgan con la debida ayuda de los límites reducidos y de escasa difusión de la escena minoritaria. Angelines Montenegro, Elisa Rubio, Encarna Paso, Carmen Geyer, Nani Suárez, Josefina Segura y Aníbal Vela (hijo), cada vez mejor actor, y los señores Cerro, Sanz, Francés, Ruiz Gea, Menéndez Alcalde, Andrés y A.R. trabajaron con todo entusiasmo. Muy bien, como siempre, la dirección de José Franco y la de José Gordón. Para todos hubo muchos aplausos”. Solo la pieza de Paso Barrio del Este pasó a Quince obras de Arte Nuevo. De la posible edición de las otras dos no tengo noticias. Tal vez la pieza de Angulo procedía de un relato anterior, pues así se titula un cuento que figura al frente de un libro de relatos de este autor, titulado de igual modo –De 2 a 4–, publicado en Madrid por Ediciones Aldecoa, en 1943, y que trata de un extraño doctor “especialista en sanos” que fundamenta sus diagnósticos y prácticas médicas en la siguiente teoría: “todo el mundo tiene achaques, dolencias. Nadie puede ser feliz estando sano de cuerpo y espíritu cuando los demás sufren. Ese privilegio sólo a los ángeles les está permitido”. Pero una vez recibe la visita de un paciente que le hace ver que él tampoco es indemne a esa infelicidad; y comprobamos que así es, que al extraño doctor le preocupa (el absurdo llevado a la tragedia, o a la farsa) saber si se llega más pronto a la calle por la escalera que por la ventana. Arrojarse por ella, estrellarse contra el asfalto, es el desenlace de este otro “doctor inverosímil”.

59 La revista Fotos (“semanario gráfico de reportajes”) se creó en San Sebastián, en 1937, y permaneció hasta los primeros años sesenta. Revista inspirada, y controlada, por Falange. En los números iniciales se encuentran las firmas de Ángel Alcázar de Velasco, Bobby Deglané, Charito Sáinz Rodríguez, Luis de Armiñán, José Vicente Puente, Gracián Quijano, etc. Su director entonces fue Manuel Fernández Cuesta. Gran relevancia tuvo la emblemática revista del SEU La Hora, subtitulada “Semanario de los Estudiantes Españoles”, creada en 1947 y extinguida en 1960. Publicación de vocación europeísta, sobre todo en su segunda época (1948-1950).

60 El periodista Francisco Lucientes (1903-1961) colaboró en históricos diarios madrileños como La Nación, El Heraldo, El Sol y La Voz. Fue director de la agencia de noticias “Febus” y en 1936 era corresponsal de Ya en París. Acabada la Guerra Civil, fue redactor del diario España de Tánger, corresponsal en los Estados Unidos y finalmente director de Informaciones desde 1948.

 

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