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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.5 · La narrativa de Cervantes. Reescrituras españolas para la escena (1950-2014)


Por Jerónimo López Mozo
 

 

6. Los primeros años del siglo XXI (2001-2004)

Las reescrituras cervantinas en el primer año del siglo fueron de más modesta factura. Los cinco espectáculos presentados corrieron a cargo de compañías no profesionales y tuvieron escasa difusión. La Escuela Municipal de la localidad almeriense de Roquetas de Mar ofreció Don Quijote 2000;la compañía aragonesa Viridiana representó El hombre que tenía vacíos los aposentos de la cabeza, de Jesús Arbués; Chácena Teatro con Carlos Mochales al frente puso en escena Cervantes en vivo; de Javier Losán; de Cenáculo Teatro era ¿Qué hace Cervantes aquí?; y en la madrileña sala Ensayo 100, se hizo Dulcinea de los palos (o de cuya carta no quiero acordarme), de Jorge Ángel Blanco. No todos los espectáculos tenían la entidad suficiente para quedar grabados en la memoria, pero algunos merecían haber disfrutado de mayor difusión, tanto por la estimable calidad de las puestas en escena y el trabajo de los actores, como por la originalidad de las versiones. En Dulcinea de los palos se hacía una divertida crítica al materialismo y el egoísmo al mostrar las tribulaciones de Sancho cuando perdía la carta de amor que le dio don Quijote para que se la entregara a Dulcinea. Y en ¿Qué hace Cervantes aquí? los espectadores eran recibidos por una guía turística que, tras un convite a dulces y vino, les trasladaba al siglo XVI, momento en el que Cervantes hacía acto de presencia para hacerles partícipes del contenido de ciertos capítulos del Quijote que se le quedaron en el tintero. En un Don Quijote estrenado al año siguiente por Finikito Teatro, los autores de la adaptación (Carlo Boso, David Sanz y Eva del Campo) convertían los episodios más conocidos de la novela en una representación teatral a la manera de la commedia dell’arte a cargo de una compañía itinerante de cómicos.

Hasta 2002 no llegaría la primera producción que tuvo eco más allá de los circuitos alternativos y los festivales de teatro. Aunque su estreno se produjo en un centro cultural de San Sebastián, tuvo larga vida escénica a lo largo y ancho de nuestra geografía. Se trataba de un monólogo titulado Defensa de Sancho, cuyo autor, Fernando Fernán Gómez, investido de bachiller para la ocasión, denominó “neoplagio en dos partes compuesto a la mayor gloria de Cervantes”. Dirigida por Carlos Zabala y Fernando Bernués, su protagonista era el actor Juan Manuel Cifuentes, quien venía de hacer de Sancho Panza en el musical El hombre de La Mancha. Calificado como “rico ejercicio de teatro pobre” (Hernández), la obra nos presentaba al escudero encerrado en una celda asumiendo su defensa en un proceso en el que supuestamente se le acusaba de haber sido instigador y cómplice de la disparatada conducta de su señor. Su alegato, plagado de gestos de complicidad con el público, daba pie a que Sancho rememorara, empleando el lenguaje llano que le era propio, algunos episodios de la novela, justificando su intervención en ellos y, por extensión, la de su señor, de quien, por cierto, Fernán Gómez opinaba que no está nada claro que fuera un ejemplo de buena persona, “pues acababa a hostia limpia con cuantos no estaban de acuerdo con él”.

También interpretada por un solo actor, de muy distinta factura era otro espectáculo que inició su andadura ese mismo año. En este caso la idea consistía en elaborar, a partir de las palabras de don Quijote, un discurso sobre las causas perdidas y el sufrimiento que acarrea al que las hace suyas. Se le dio el título de La pasión según don Quijote [Fig. 6]. Del guion y de la dirección se ocupó Emilio Hernández y, de la interpretación Chete Lera. Concebido en el marco del proyecto “Música a escena”, acompañaban al texto piezas de Georg Philipp Telemann, Ricard Strauss y Antón García Abril inspiradas en la novela, siendo Juan de Udaeta el responsable de lo que era un viaje musical desde el Barroco a nuestros días. El soporte escenográfico era una gran pantalla sobre la que se proyectaba un video que, con la clara intención de demostrar la vigencia del pensamiento cervantino, incluía imágenes de acontecimientos tan recientes como el trabajo de los voluntarios que ayudaron a limpiar las playas gallegas tras el hundimiento del petrolero Prestige o los atentados del 11-M.

Se diría que, a partir de estas representaciones, Cervantes y sus criaturas hicieron mutis por el foro, pues, al margen de las giras realizadas por ambas producciones y algunas funciones a cargo de grupos aficionados, hasta finales de 2003 no se produjeron novedades dignas de mención. En realidad, el interés por recrear en el teatro su obra narrativa, especialmente El Quijote, no había decaído. Lo que sucedía es que muchos estaban trabajando discretamente, fuera de los focos, de cara a la anunciada demanda de proyectos con motivo de la conmemoración, en 2005, del cuarto centenario de la publicación del Quijote. Ese silencio era el preludio del desembarco en los escenarios de la tropa cervantina convertida en seres tangibles. Sin embargo, a modo de avanzadilla, tres espectáculos arribaron antes de la señalada fecha: Quijote, una producción de la compañía L’Om Imprebis, que lo hizo en octubre de 2003; la tragicomedia Morir cuerdo y vivir loco, coproducida por los Centros Dramáticos Nacional y de Aragón, en enero de 2004; y La representación del coloquio de los perros y el casamiento engañoso, coproducción de la compañía Solo y Cía y la sala Ítaca, de Madrid, en octubre de 2004 [Fig. 7].

Juan Margallo y Santiago Sánchez escribieron el texto de Quijote a partir de una selección de aquellos pasajes de la novela que podían dar mejor juego escénico. A partir de ese material literario, el segundo levantó un espectáculo sencillo y cautivador con muy pocas herramientas: una imaginación desbordante; once actores capaces de multiplicarse por cuatro, a la cabeza de los cuales estaban Vicente Cuesta y Sandra Cordero; algunas marionetas y unos cuantos objetos de uso común que, contando con la complicidad del público, se convertían, en un ejercicio de prestidigitación, en lo que no eran, así unas cuerdas en aspas de molino, las sombrillas de unas mujeres en ruedas de un carruaje, unos tableros apilados y sabiamente iluminados en hoguera y unos taburetes en caballerías. Nacido para entretener, Quijote se erigió, por obra y gracia del talento de sus creadores, en una de las mejores versiones escénicas de la gran novela.

No cosechó el mismo éxito Morir cuerdo y vivir loco, segundo texto cervantino salido de la pluma de Fernando Fernán Gomez, quien en esta ocasión se inspiró en la segunda parte del Quijote[Fig. 8]. Escogió varios pasajes y los hilvanó con escrupuloso respeto a la escritura de Cervantes. Mas no queriendo que el resultado fuera una simple réplica del original, puso en boca del Bachiller, además de las palabras que le correspondían como personaje, sus reflexiones personales. De ese modo, sumando a su papel la función de narrador, el Bachiller proponía una lectura actual del texto. La crítica fue severa con el Fernán Gómez adaptador, pero más aún con su labor como director de escena. Reconoció el buen trabajo de Ramón Barea en el papel de don Quijote, pero calificó el espectáculo de tedioso por la falta de acción y un trabajo actoral apagado.

En cuanto al Coloquio de los perros y el casamiento engañoso, era una versión libre en la que una compañía de teatro se dirigía a una feria a la que asistían programadores con el propósito de representar una obra. Albergaban la esperanza de ser contratados y salir de apuros, pero una avería en su furgoneta daba al traste con el plan. Varados en medio del campo, al anochecer, dos de los actores representaban las desgracias amorosas del alférez Campuzano y la historia de Cipión y Berganza sin público que les aplaudiera. Resuelta con pocos medios, la riqueza del espectáculo residía en un atinado empleo de las técnicas del guiñol y el circo.

 

 

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