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NúM 6
1. MONOGRÁFICO
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1.3 · HACIA UNA TRAGEDIA FELIZ: BUERO VALLEJO


Por Javier Huerta Calvo
 

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Buero y la circunstancia trágica

A la tragedia vinculó el autor de El tragaluz su empeño de elevar el nivel de la escena española4. Como el perro de Juan Ramón, lanzando a la inmensidad del mundo su ladrido metafísico, Buero no se cansó de clamar contra la incomprensión de su entorno hacia el hecho trágico. Al poco de estrenar Hoy es fiesta declaraba: “Las cuestiones relacionadas con la tragedia, como género y como contenido, distan hoy, por una incomprensible paradoja, de ser familiares a las gentes de esta edad trágica que nos tocó vivir” (1957b, p. 412). Con esa rara discreción que lo caracterizaba y lo sigue caracterizando en un mundillo literario donde cada quien está dispuesto al desnudo desahogo autobiográfico, casi siempre narcisista y mentiroso, Buero Vallejo jamás vinculó su apología de la tragedia a las durísimas circunstancias personales que le tocó sufrir en la Guerra Civil y en la posguerra. Solo en los años 90, algo molesto ante los ataques de cierta crítica dizque de izquierdas, no tuvo más que tirar de currículum antifranquista, sabiendo que no pocos de quienes lo interpelaban habían disfrutado de condiciones harto más cómodas que las suyas. Algo tuvieron de trágico, en el sentido más trivial del término, es decir, de patético, las críticas y hasta diatribas que ciertos inquisidores supuestamente progres le propinaron a última hora. Sin entrar aquí en la mayor o menor calidad de las obras estrenadas en los 90, fue triste comprobar cómo Buero, por culpa de su éxito en el franquismo, vio cuestionada una ejecutoria de cincuenta años, tan ejemplar en lo personal como en lo artístico. Pero, en fin, así las gastamos por Sansueña. Por otro lado, no fue él el primero ni el único en sufrir los desdenes de los considerados ideológicamente “puros”. El gran Alejandro Casona, representante del humanismo institucionista y del mejor y más honrado republicanismo, pudo ver cómo en los años 60, tras su regreso del exilio, cierta intelectualidad progresista dio en descalificar toda su obra por desviarse de los criterios del realismo social imperante.

Me perdonarán los lectores que, antes de entrar en materia, me extienda en estos pormenores que, sin embargo, no me parecen ni anecdóticos ni extemporáneos respecto del asunto que nos ocupa, pues ‒como acabo de decir‒ tienen mucho de trágico o no sé si de esa otra forma de lo trágico que es lo esperpéntico. Esa es la impresión que tuve al leer en el reciente y muy sonado libro de Gregorio Morán ‒sin duda un escritor admirable por muchos conceptos‒, El cura y los mandarines, que Buero Vallejo era “aburrido” o que, al menos al autor así se lo parecía. Con relación a su tesis de que el panorama cultural del franquismo no fue más que un “erial”, no podía caber que Buero, a pesar de la censura y todas las dificultades posibles, produjera durante la Dictadura un buen puñado de obras maestras. Como anticipándose a las ocurrencias de Morán, ya en 1976 declaraba nuestro autor a una cadena de televisión alemana lo siguiente:

Piensan algunos en España, y muchos fuera de ella, que al fin ha llegado para nuestro arte y nuestra cultura la ocasión de un renacimiento. Tal idea es la consecuencia de un razonamiento simplista y pseudosociológico que ha prosperado durante largo tiempo. Se afirmaba que, bajo el franquismo, ni siquiera las personas de mayor talento podían hacer nada bueno: la censura oficial y la ambiental aplastaban inexorablemente las tentativas que solo ahora, en la nueva situación política, serán realizables.- Este aserto, tan frecuente hoy todavía, es en realidad antidialéctico y fatalista. Examinada de cerca, la cuestión es harto más compleja. Hemos vivido, cierto, una larga noche, pero poblada de estrellas. Pensar que, bajo una censura reaccionaria, todo esfuerzo creador se empobrece y deforma, o ni siquiera puede nacer, equivaldría a suponer que, bajo la vigilancia inquisitorial, tendría que haber sido imposible el concebir y publicar obras como Don Quijote o las novelas picarescas; que, bajo la censura zarista, Dostoyevski, Tolstói, Chéjov, Gorki y tantos otros no habrían podido existir (1976, pp. 822-823).

Y detengo aquí el excurso o, si se quiere, el desahogo, aunque los lectores habrán advertido que no es ni mucho menos ajeno al objeto de este artículo. Solo añadiré que, si a Morán el teatro de Buero o él mismo le parecían aburridos, barrunto que esa impresión tiene mucho que ver con el carácter esencialmente trágico de su teatro.

Buero no escribió solo tragedias sino que también se preocupó por exponer sus ideas acerca del género. En 1958, invitado por Guillermo Díaz Plaja, se encargó de redactar el capítulo dedicado a la tragedia en la Enciclopedia de las artes escénicas. Bien que desnudo de aparato académico, el largo ensayo está escrito no solo desde un gran conocimiento de causa, sino al mismo tiempo con pasión, la propia de alguien que, desde el momento en que decidió dejar el pincel por la pluma, estuvo seguro de que quería escribir para el teatro y, además, exclusivamente tragedias:

[…] Es muy difícil escribir cosas nuevas acerca de la tragedia. Todo lo que aquí se dice fue dicho ya, en parecida forma o de otra manera, por escritores ilustres. De algunos de los puntos tratados, me consta; de otros, lo doy por seguro. Solo se pretende desbrozar un poco, en la circunstancia concreta en que vivimos, el acceso a un problema nunca lo bastante conocido por la generalidad de la gente (1958b, p. 633).

Repare el lector en el sabor orteguiano que el término circunstancia tieneen las últimas líneas del fragmento, y empezará a darse cuenta de que la pulsión trágica en Buero va más allá de cualesquiera veleidades creadoras más o menos estetizantes. “Yo soy yo como dramaturgo, y mi circunstancia, que es trágica, me impele a escribir tragedias”, podría ser la adaptación bueriana del célebre dictum de Ortega. Fue esta una convicción que ‒insisto‒ se advierte no solo en el Buero inicial sino también en el de los últimos años. De hecho, el ensayo de 1958 no es sino una sistemática recapitulación de muchas de las ideas que había ido exponiendo con anterioridad en torno a la tragedia.



4 Todas las citas se hacen por la edición crítica de la Obra completa a cargo de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco, Madrid, Espasa-Calpe, 1994.

 

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