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NúM 6
5. EL ESPECTÁCULO Y LA CRÍTICA
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ANÁLISIS CRÍTICO
Grabación

5.1 · El triángulo azul, de Laila Ripoll y Mariano Llorente

Por Antonia Amo Sánchez
Universidad de Aviñón (Francia)
antonia.amo@gmail.com


 

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Mariano Llorente y Laila Ripoll firman la autoría de El triángulo azul, publicada en 2014 por el Centro Dramático Nacional y estrenada, bajo la dirección escénica de Laila Ripoll, el 25 de abril de 2014 en el teatro Valle-Inclán CDN de Madrid1. En 2015 la obra es galardonada con el premio Nacional de Literatura Dramática y el Premio Max a la mejor autoría y al mejor diseño de espacio escénico, concebido por Arturo Martín Burgos. Desde su estreno, también ha cosechado un gran éxito de público, debido, en parte, al sabio tratamiento trágico-humorístico al que acude Laila Ripoll para abordar un tema tan árido como el del exterminio nazi. En este espacio dedicado a “El espectáculo y la crítica”, nos adentraremos en la propuesta escénica de El triángulo azul, “un oasis de voz en medio de un desierto repleto de silencio”, como lo subrayara en su día Emilio Silva (2014), pues la obra aborda un hecho poco conocido, o dado a conocer, de nuestra memoria colectiva: la experiencia de los más de 7000 españoles deportados a Mauthausen a partir de 1940. La voz, las voces, y el silencio, son precisamente ejes estructuradores del texto y de su puesta en escena. La importancia de “las voces”, las del más allá y las del más acá, su ritmo y musicalidad en las obras de Laila Ripoll ha sido ya destacada por la crítica en tanto que polifónica herramienta, por seguir las palabras de Pérez-Rasilla (2013, 88), contra la opresión del silencio y de todo tipo de mordazas, ya sean sociales, de género o políticas e históricas, como en la obra que nos ocupa.

Antes de abrir el telón del presente estudio escénico, parece indispensable contextualizar el proceso de creación de la obra, así como su lugar en el repertorio de textos teatrales que tematizan la trágica experiencia de los deportados españoles en los campos nazis. Solo así podremos conmensurar el alcance de la pieza en el repertorio español reciente y el impacto que ha generado el espectáculo desde su estreno absoluto.

 

1. De Plutón a Orfeo

Inserta en el género del llamado teatro de la memoria histórica, que arranca bajo renovadas formas y sentidos a finales de los 90 (Floeck, 2006; Amo, 2014; García, 2016), El triángulo azul pertenece al amplio corpus genérico de lo que Bernard Sicot denomina la “literatura concentracionaria” (Sicot, 2010) cuyo origen remonta a los años 40, con los primeros textos testimoniales que dan cuenta de la experiencia traumática de los vencidos españoles en los campos de concentración franceses, después de la retirada. Varlam Chalamov identificaba este estatus de “testigo ocular” con la atestación biográfica, a saber, el haber vivido en carnes propias el internamiento y la deportación. Valiéndose de la mitología, pero lejos de toda mitificación, Chalamov asociaba esta “ocularidad directa” no con la visión de Orfeo cuando visita los infiernos, sino con la de Plutón al volver de ellos (en Coquio, 2006).

En relación con el teatro español, podemos considerar que, a fecha de hoy, no se conoce ninguna obra teatral que aborde la experiencia de los campos nazis desde el foco de Plutón, con excepción del teatro de Jorge Semprún (Aznar Soler 2015). No ocurre lo mismo con los campos de concentración franceses, cuya también dolorosa realidad ha hallado forma en obras teatrales escritas por autores-testigos como Max Aub (Morir por cerrar los ojos), Manuel García Gerpe (Alambradas), Teresa Gracia (Las republicanas), Álvaro de Orriols (Españoles en Francia) y Jorge Semprún (Gurs: una tragedia europea). La historia del teatro español deberá esperar unos 70 años después de la II Guerra Mundial, para asistir al alumbramiento de obras comprometidas con el proceso de rehabilitación del pasado “incómodo” desde la temática de los campos2.

 El triángulo azul es el mayor exponente del corpus de obras recientes que abordan el tema de los “españoles de Mauthausen”, deportados entre 1940 y 1945 desde la Francia colaboracionista, considerados como apátridas por el gobierno de Franco y dejados así de la mano del nazismo. Laila Ripoll lleva trabajando el tema desde El convoy de los 927 (2009), pero también otros dramaturgos como Raúl Hernández (Todos los que quedan, 2013), Rubén Buren (186 Escalones. La historia de los españoles en el KZ Mauthausen, 2014) y José Ramón Fernández (J’attendrai, 2015), recuperan Mauthausen desde la perspectiva del que “visita los infiernos” a partir de un ingente trabajo previo de documentación histórica y testimonial. Siguiendo a Bernard Sicot, estas obras concebidas por los legatarios de la historia adquieren también rango de “pruebas-testimonio” que pueden incluso completar, por su valor declarativo y denunciador, las historiográficas (2010, 25). Mauthausen, también llamado el “campo de los españoles”, será, por metonimia, el campo que represente todos los campos; una suerte de mitema en el que convergen las memorias recuperadas y recreadas tanto de los supervivientes como de los murieron en ellos.

Tanto en El triángulo azul como en las demás obras que se han hecho eco en los últimos años del mismo tema, se rinde homenaje a los miles de republicanos “repudiados” por Franco que pasaron por el infierno de los campos nazis, los únicos que no tuvieron patria adonde volver al finalizar la guerra:

Su triángulo azul de apátridas sigue colocado sobre sus actas de nacimiento, sobre sus actas de defunción, como si su vida hubiera ocurrido en un no lugar, en un no tiempo […]. Miles de hombres así esperan un espacio en los libros de historia, en las novelas, en las películas. Expresar ese dolor es dejar de estar presos de él. (Silva, 2014, 10, 12).

 El triángulo azul aspira precisamente a proporcionar a estos hombres y mujeres un espacio simbólico –y político– de acogida, que permita, al restituir la senda de sus existencias, preservar en las nuestras lo mejor de sus valores humanistas.

Pero a pesar de su trasfondo panegírico, El triángulo azul no tiene nada de panfleto glorificador, ni se circunscribe de forma excluyente al colectivo republicano español. Las constantes alusiones a otras nacionalidades o identidades étnicas que componían el campo de Mauthausen procuran una visión que sobrepasa el localismo, universalizando, o “internacionalizando”, a las víctimas que padecieron el sufrimiento de la barbarie. Un homenaje, pues, a aquellos hombres y mujeres “NN”, los perdidos en la “noche y la niebla” de la historia, como llamaban los SS a los hombres y mujeres deportados, abocados a la muerte (Roig, 1978).

En definitiva, nos hallamos, en palabras de Juan Mayorga, ante un teatro que permite “ponerles sillas” a los muertos, para que puedan invitarse a transitar nuestro presente (Mayorga, 2016), ayudándonos a conjurar así el “complejo de Lot”, el temor a mirar atrás por miedo a petrificarnos. Con todo, en España no corremos aún el riesgo de la “tortícolis histórica”: el trabajo de mirar atrás desde el presente sigue siendo una asignatura pendiente en las esferas institucionales. Reivindicar la edificación de una gesta memorial justa es un camino por andar, anticipando, eso sí, el abuso del mero y yermo gesto conmemorativo contra el que sabiamente alertan pensadores como Todorov (2004) o Rousso (2016).



1 Se estrenó con el siguiente reparto y equipo artístico: Manuel Agredano (La Begún), Elisabeth Altube (Oana), Marcos León (Paco), Mariano Llorente (Brettmeier), Paco Obregón (Ricken), José Luis Patiño (Toni), Jorge Varandela (Jacinto). Músicos: Carlos Blázquez (clarinete, percusiones), Carlos Gonzalvo (violín, percusiones), David Sanz (acordeón, percusiones). Escenografía: Arturo Martín Burgos. Iluminación: Luis Perdiguero. Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas. Música: Pedro Esparza. Videoescena: Álvaro Luna. Espacio sonoro: David Roldán “Oru”. Dirección: Laila Ripoll. Producción: Centro Dramático Nacional, Teatro Valle-Inclán, Sala Francisco Nieva. Del 25 de abril al 25 de mayo de 2014.

2 El cuestionamiento de la memoria histórica no se da en España, desde la sociedad civil, hasta finales de los años 90, de la mano del relevo generacional y en un contexto propicio para la reflexión tras el periodo de la transición y consolidación democrática. Es solo a partir de los años 2000 cuando algunos historiadores se centran en los “españoles de Mauthausen” (con excepción del libro de Monserrat Roig, Noche y Niebla. Los catalanes en los campos nazis, Barcelona, Península, 1978), sacando a la luz numerosos documentales y monografías que desentierran esta parcela de nuestra historia completamente olvidada durante 50 años. Algunos títulos: Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno, de Llorenç Soler (documental de 2000); El convoy de los 927, de Montse Armengou y Ricard Belis (documental de 2005, también publicado en versión escrita el mismo año); Los últimos españoles de Mauthausen, de Carlos Hernández de Miguel (2016).

 

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