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NÜM 4

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1. MONOGRÁFICO

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1.2 · Cervantes y Lorca: La Barraca.


Por Javier Huerta Calvo
 

 

La guarda cuidadosa

Reparto

Soldado

Eduardo Rodenas Llusiá

Álvaro García Ormaechea

Luis Sáenz de la Calzada

Cristina

Julia Rodríguez Mata

Conchita Polo

Carmen Galán

Sacristán

Modesto Higueras

Amo

Diego Marín

Ama

María del Carmen García Lasgoity

Zapatero

Jacinto Higueras

Sotasacristán

Jacinto Higueras

Mozo

Alberto González Quijano

Decorado y figurines

Alfonso Ponce de León

En el cortometraje que de La Barraca realizó Gonzalo Menéndez-Pidal aparecen varias escenas de este entremés. Por ellas podemos hacernos alguna idea de la dramaturgia que imprimió Lorca a esta pieza de debate entre dos personajes emblemáticos del teatro breve –el Sacristán y el Soldado–, ambos tras conseguir los favores de la fregoncica Cristina. La oposición entre ambas figuras, saldada con el triunfo del personaje eclesiástico, generó una de las más divertidas anécdotas del grupo en su corta historia, tal como luego recordaría Carmen García Lasgoity:

En esta excursión hubo otro suceso pintoresco, creo casi seguro fue en San Leonardo, cuando en el entremés La guarda cuidadosa, Cristinica elige al sacristán, se armó una protesta al dudar si debería elegir entre el soldado o el sacristán; el público intervenía a favor de uno u otro, pero los más tiraban por el soldado y hubo casi que aceptar que así fuera. Es de imaginar lo que Federico disfrutó y se rió (en Sáenz de la Calzada, 1976, 170)9.

Volviendo al pequeño cortometraje, en primer lugar aparece Julia Rodríguez Mata, como Cristina, cuando sale a la ventana increpando al Soldado pretendiente:

¡Jesús, y qué enfadoso animal! ¿Qué quieres en esta calle y en esta puerta?

Después, sale el Amo, encarnado por Diego Marín, en estilizado traje de época, moviéndose en escena con andares peculiares, a los que contribuía un original figurín a estilo de Oskar Schlemmer, en cuyo diseño parece haber intervenido Salvador Bartolozzi, según José Luis Plaza Chillón (2001, p. 209). Y en tercer lugar aparecía el Mozo, “con su caja y ropa verde, como estos que piden limosna para alguna imagen, según reza la acotación cervantina”. Algún crítico advertía sobre la manera de interpretar, pues parece que Lorca corrigió los aspectos costumbristas con que solía representarse el entremés acentuando su lado grotesco o carnavalesco:

Los actores de La Barraca subrayaron sus intervenciones con rígidos movimientos de marioneta, muy adecuados al espíritu de la obra (G. del C., 1932).

Jacinto Higueras representaba al Zapatero [Fig. 5], un personaje aquí menor pero muy querido de Lorca, que lo había utilizado en la Tragicomedia de don Cristóbal, en la figura de Cansa-almas, al que nos lo presenta “sentado en su banco, cosiendo una bota de montar” mientras oye la coplilla maliciosa que dice

¡Zapatero, tero, tero,
mete la lezna
por el agujero!
(Cuadro V)

Sin duda, una criatura antecesora de la más compleja del Zapatero en La zapatera prodigiosa, pero ya con indiscutibles connotaciones eróticas. Recuérdese que el Zapatero de La guarda llega ante la casa con unas chinelas para Cristina, escena muy parecida a la de la Tragicomedia, cuando el personaje “venía a probarle los zapatos de boda a la señá Rosita” (VI) (García Lorca, 1981, pp. 279-280).

Los figurines y decorados corrieron a cargo del joven pintor Alfonso Ponce de León, gran representante del llamado realismo mágico. Curioso tipo este Ponce de León, esposo de Margarita Manso, que había sido musa de Federico en el Romancero gitano, uno de cuyos poemas va dedicado a ella. Durante los años en que colaboraba en La Barraca este originalísimo pintor se afilió a Falange Española, y, al estallar la Guerra Civil, fue asesinado, junto a su padre y su hermano, en el Madrid republicano.

Plaza Chillón valora en extremo la escenografía con que se presentó este entremés:

Desde el punto de vista de la concepción escenográfica fue el más interesante de los tres entremeses representados, ya que además de tener unos decorados más completos, también fueron los más complejos y vanguardistas. […] El decorado es, sin duda, el más vanguardista de los tres. Vuelve a aparecer la mesa pintada un elemento que ya había utilizado en Los dos habladores y que habían puesto de moda como un truco o artificio los surrealistas franceses, utilizándolo aquí García Lorca con un éxito innegable que hacía sugerir un cierto desconcierto entre el público (Plaza Chillón, 2001, p. 204).

El componente musical de La guarda cuidados era importante. Jorge de Persia ha encontrado en el archivo del compositor Julián Bautista la partitura de esta pieza, aunque fechada en 1947 (1998, pp.368-369). Julia Rodríguez Mata (Cristina) cantaba la copla:

Sacristán de mi vida,
tenme por tuya,
y fiado en mi fe
canta aleluya.

Al final era secundada por el resto de los actores, que cantaban todos:

Que adonde hay fuerza de hecho
se pierde cualquier derecho.
(Sáez de la Calzada, 1998, p.329)



9 Sobre el éxito de la pieza escribía José María Salaverría: “Para los públicos puramente rurales, eligen obras de menos complicación. El entremés de La guarda cuidadosa parece que les ha proporcionado éxitos repetidos. A pesar del lenguaje anacrónico y de lo extraño de los tipos y asuntos, la gente sigue con gran curiosidad el desenvolvimiento de esa vida de ficción que conserva, a pesar de los siglos, el aroma profundo de la raza y la huella eterna del genio” (1932, p. 399).

 

 

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