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1. MONOGRÁFICO

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1.2 · LOS ESCENÓGRAFOS HABLAN


Por Javier Navarro de Zuvillaga
 

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Después de este inevitablemente rápido e incompleto recorrido por el panorama de la escenografía española de los últimos casi cuarenta años, cabe preguntarse si lo que hemos hecho y hacemos hoy día los escenógrafos es lo que realmente habría que hacer. Por supuesto que, en cierto modo, sí lo es, ya que es lo que estamos haciendo. Pero los artistas siempre han querido innovar, ir más allá, y eso es lo que ha hecho que el arte avance. Ejemplo de ello son las vanguardias históricas. La pregunta sería: ¿dónde están las vanguardias hoy en día? Porque el teatro es arte y la escenografía es una parte sustancial del mismo.

Se ve, como también es lógico, una gran diversidad de planteamientos y de estéticas, desde el surrealismo latente de Nieva y Hernández hasta el uso de las nuevas tecnologías de José Tomé. Por una parte, el surrealismo queda un poco atrás, aunque obviamente sigue funcionando, y por otra, cabe preguntarse si el uso de las nuevas tecnologías supone por sí mismo una gran aportación a la escena. Yo creo que sí lo es, aunque he observado que la calidad textural de las imágenes realizadas por ordenador y proyectadas sobre una pantalla en el escenario no siempre se relacionan bien con la realidad de los actores y de los objetos. Esa calidad debe ser acorde con el espacio y el tiempo dramáticos que en cada momento se presentan sobre el escenario.

Juan Ruesga, ya citado, publicó el año pasado un artículo titulado “El siglo XXI aún no ha llegado. Reflexiones sobre la práctica escénica”15, cuyo título ya es significativo. En él dice que “parte de los espectáculos más interesantes que vemos se expresan bajo (la) técnica de la repetición, los fragmentos, el collage”. Y termina diciendo:

Hoy, los que nos dedicamos a la creación, administramos los grados de novedad de nuestras obras. Ni tan poco que no resulte atractivo, ni tanto que se despegue del entendimiento general y, por tanto, sea rechazado. Estamos siendo mezquinos con los únicos en los que reside la garantía y validez de nuestro trabajo: los espectadores. A veces tengo la sensación de que seguimos sacando ideas de un baúl que llenamos hace muchos años y estamos empezando a ver el fondo. ¿Es posible hoy en día un suceso como Las señoritas de Avignon? Seguramente no. Al menos por ahora no lo percibimos. Quizá no hemos llegado al siglo XXI.

El arquitecto Fernando Quesada, en su magnífica tesis doctoral La caja mágica. Cuerpo y escena, habla de la obra del escultor norteamericano Robert Morris en estos términos:

La forma de la obra no existe independientemente de un entorno ni de un espectador (…) El cuerpo [del espectador] en las obras de Morris es fenomenológico y pragmático, hasta el punto de adquirir conciencia de formar parte de la misma obra de arte. En su trabajo se produce literalmente la copresencia del cuerpo y la escena, la síntesis16.

Parece que estuviese hablando del teatro de hoy, pues es cierto que éste busca integrar al espectador en el espacio de la acción dramática lo más posible, a veces incluso de una forma física, compartiendo el espacio escénico con los actores.

Yo mismo, que tuve algunos éxitos como escenógrafo en los años 80 (El cero transparente de Alfonso Vallejo, dirigida por William Layton en la Sala Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes [Madrid 1980] [Fig. 25]; El galán fantasma, de Calderón, dirigida por José Luis Alonso en el Teatro Español [Madrid 1981] [Fig. 26]; Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán-Gómez, dirigida por José Carlos Plaza en el Teatro Español [Madrid 1982] [Fig. 27], entre otros), creo que ahora sería incapaz de hacer ese tipo de teatro. En el montaje que he realizado de La vida es sueño17 [Fig. 28] no hay decorado o escenografía, sino más bien un uso del espacio que viene dado por el movimiento de los actores y la luz, lo cual ha decepcionado a alguno de mis alumnos (soy profesor de Diseño Escenográfico y Perspectiva Escénica en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense). De esta manera consigo que el espectador se sienta más integrado en el espacio escénico que si recreo en decorado la torre donde está encerrado Segismundo o el palacio de su padre, el rey Basilio. Quizá pueda parecer una simpleza desde un punto de vista escenográfico, pero lo más importante en el teatro es la comunicación entre los espectadores y la acción dramática, y la mejor forma de que esto tenga lugar es hacer que los espacios de unos y otra sean prácticamente uno mismo o, cuando menos, se solapen en una acción dramática común. Por eso los personajes, en mi montaje, son también espectadores de la lucha entre padre e hijo.



15 Acotaciones, 28 (en.-jun. 2012), p. 52.

16 Publicada en la colección Arquitesis (núm. 17) por la Fundación Caja de Arquitectos, 2005.

17 Lo estrené en la Facultad de Bellas Artes en junio de 2012 y luego lo he llevado a la RESAD y a la EMAD de Madrid. El 28 de diciembre tuvo lugar otra representación en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en homenaje a la Real Academia Española por su tercer centenario.

 

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